La huelga general convocada ayer a través de un sindicato minoritario de corte independentista y radical, a la que no se han sumado las dos grandes centrales sindicales, CCOO y UGT, se podría tildar de un rotundo fracaso si no fuese por los piquetes que han cortado el AVE vía Girona, pura rebelión, y los cortes en carreteras llevados a cabo por los Comités de Defensa de la República catalana ante la pasividad de los Mossos, policía autonómica, que han dejado que grupetes de amiguetes colapsaran el acceso de miles de ciudadanos a sus puestos de trabajo y, lo que es imperdonable, a la asistencia médica de enfermos a los centros de salud.
Al tiempo que ocurrían tan imperdonables hechos miles de independentistas, no más de diez mil se agrupaban en la Plaza de san Jaume para solicitar que los políticos presos, los Jordis y compañía, quedaran en libertad.
Durante la concentración, poblada de esteladas, emergió una mujer de unos cincuenta años de edad con una bandera de España que la izaba al cielo mientras los independentistas, que habían dejado a la “agustina” en un círculo de unos dos metros de diámetro no fuera que se contagiaran de furia española, le lanzaban monedas de diez o veinte céntimos, como si fuese una mendiga, y que ella recogía del suelo y las rociaba al enjambre de la intolerancia; eso sí, todo ello en los límites de un máximo respeto.
El esperpento al que estamos asistiendo desde Bruselas hasta Girona ha tenido hoy su máxima expresión cuando hemos visto como el torero Fran Rivera ha visitado un barrio de Girona, Vila Roja, repleto de banderas españolas, y en el que a su entrada se podía leer: “Bienvenido a España”.
Los habitantes de dicha barriada, gente humilde, payos y gitanos, han venido a declarar como una especie de paraíso sus calles y bares en las que conviven, sin exabruptos de por medio, independentistas, catalanes, españoles y catalanes-españoles.
Como dijera el Gallo: “Hay gente ‘pa to’”; esto nos salva por ahora. ¡Viva er Beti!
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