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Una consecuencia del amor


Desde hace unos 10 años ha aumentado el interés en el estudio del perdón, tanto en psicología como en psiquiatría, con el fin de abordar una serie de procesos sobre esta actitud humana, que puede afectar a la persona física o mentalmente. Serie esta aparecida con el progreso de la vida.

Entre los valores humanos (honestidad, humildad, amor, paz, no violencia…) se encuentra el perdón. Dicho valor le sirve al ofensor para liberarse de su culpa, si sabe pedir perdón, y al ofendido, si sabe perdonar, para sentirse más dichoso por la acción llevada a cabo. Amabas acciones suelen tener consecuencias positivas para dichas personas.

Toda la humanidad sabe que la acción de perdonar es un hecho vital en las relaciones de unas personas con otras. A veces el ofendido se plantea la cuestión de si el individuo que le causó un daño, intencionadamente, merece ser perdonado o no, ya que, si no hay intención de dañar a otra persona, tampoco hay necesidad de perdonar a dicho ser humano. Es evidente que en la voluntad de ofender radica todo el mal de quien causa cualquier estropicio a otra persona.

Obviamente, duele muchísimo más, si quien nos causa un daño es un miembro de nuestra familia o de nuestro entorno más o menos cercano. En estos casos, hay un abanico de posturas referentes a quien daña y al ser ofendido. En las que concierne al ofensor, nos encontramos con varias vías: 1) pedir perdón a quien dañó, 2) alejarse de él, 3) olvidar la ofensa ocasionada… En cuanto al ofendido, también hay diversos comportamientos: 1) perdonar o no a quien ofendió, 2) distanciarse de ese individuo, 3) pagar el daño causado con otro daño…

También hemos de tener en cuenta de que si el ofendido perdona al ofensor puede entrar en escena la reconciliación entre ambos o no dar ésta señales de vida, aunque la primera opción es la que más suele darse entre dichas personas (perdón-reconciliación). Cuando se produce el perdón por la persona dañada, pero no hay reconciliación por parte del ofensor, este proceder dice muy mal de quien hizo el daño. Asimismo, sucede también que la persona ofendida sabe que quien le causó un daño inmenso no merece ser perdonada, pero decide ella sola perdonar al ofensor. Esta actitud es sumamente plausible, valiosa y ejemplarizante.

Es evidente que no todas las personas que piden perdón están arrepentidas. Unas piden perdón (muy numerosas) por el simple hecho de que necesitan algo del ofendido, otras (las menos) porque no pueden vivir sabiendo el daño ocasionado a un semejante y que éste no la ha perdonado.

Por consiguiente, el que sabe amar también sabe perdonar no sólo a los demás, sino a él mismo. Sin embargo, el que se odia a sí mismo no puede amar ni perdonar, porque en su espíritu sólo hay hostilidad y violencia, crueldad y rencor. Con estas armas acosa y ataca a sus semejantes, si es que ellos se lo permiten.

Tengamos, pues, siempre presente en nuestro caminar por la vida que la capacidad de amar es una virtud, y el perdón es la consecuencia del amor. Además, el amor hace libre a quien ama. “Yo no puedo decir que soy libre, refiere María E. Madrigal Uribe, porque hago lo que quiero; soy libre porque vivo llena de amor que comparto con los demás”.

 

 

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