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Un sol que nunca se oculta


Una madre, manantial de amor y dulzura, desde que concibe a su hijo, se da cuenta de que es capaz de hacer cualquier cosa por un mundo al que le está dando la vida. En ese mundo ella pone a cada instante todo su amor, sus ilusiones, sus esperanzas…, es decir, su propia vida. Por otra parte, una madre, desde que es consciente que alberga en su seno a un hijo, cambia su vida, su tiempo y su forma de pensar. Por ello, da cada día todo su corazón y entrega todas sus fuerzas para sacar adelante y enseñar a vivir al hijo. “En el momento en que un niño nace, refiere Rajneesh, la madre también nace. Ella nunca antes había existido. La mujer existía, pero la madre, nunca. Una madre es algo absolutamente nuevo”. La conexión entre madre e hijo se genera con el contacto, con la mirada, con el amor… Hay momentos clave, como tras el parto, que todas las hormonas de la madre están preparadas para generar esta conexión con el bebé.

Cuando algo tan grande como un hijo llega a la vida de una mujer, es necesario que ésta abandone o renuncie a algunas cosas que ocupan un espacio necesario en la vida de cualquier madre, tales como: Renunciar a escuchar a todos, a la pulcritud y al orden extremo, a la baja autoestima, a tener siempre la razón, a poner barreras, a que su corazón continúe dentro de ella, es decir, una madre acepta que su corazón ya no vive en ella, sino en ese bebé al que, de repente, ama y amará para siempre, porque su corazón ya no es suyo, es de esa personita.

El amor maternal es tan maravilloso, tan sumamente magnífico e inigualable, que, además de enseñarnos vivir, nos enseña a cultivar nuestra vida, a enriquecerla, a abrir nuevos caminos…, porque es el sentimiento más puro y generoso y exuberante que una mujer posee en su alma. Una madre también enseña a sus hijos a ser fuertes y libres, dignos e íntegros, a amar al prójimo como a ellos mismos … “El amor de una madre por un hijo, dice Agatha Christie, no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad, se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone”.

El amor auténtico, verdadero y sincero es el que una madre siente por sus hijos. Este amor este es infinito e inmenso, profundo y sin límites; además, él “es el combustible, manifiesta Marion C. Garretty, que permite a un ser humano normal hacer lo imposible”. Precisamente, son los propios hijos quienes enseñan a amar a la madre de manera intensa e incondicional. Una madre por siempre vive y piensa no sólo por ella, sino también por sus hijos. Igualmente, una madre se siente la mujer más afortunada porque sabe que sus hijos son el mayor tesoro que podría alcanzar a tener en esta vida.  

A una madre le duele más que a nadie, incluidos los hijos, decirle “no” a ellos, verles cómo fracasan o son vencidos, cómo abandonan sus sueños y aspiraciones y caminos o desaprovechan sus capacidades. Sólo ella conoce la trascendencia de los límites de cada uno de sus vástagos, por consiguiente, lucha férreamente para que ellos los aprendan y sean conscientes de los mismos.

Obviamente, una madre quiere que a sus hijos les vaya todo bien en la vida, pero también quiere que sepan bandearse victoriosos ante tempestades rabiosas, así como ser excelentes navegantes sobre mares serenos o encrespados. Ella siempre está dispuesta a ayudarles cuando ellos caminan junto a sus diablos, llevan cargas sumamente pesadas o tropiezan un sinfín de veces con la misma piedra, ya que “ser madre dice Linda Wooten es aprender acerca de las fortalezas que ella no sabía que tenía, y enfrentar los temores que no sabía que existían”. Por todo lo expuesto, una madre conoce mejor que nadie los defectos de sus hijos, pero los aceptan y jamás lo ocultan. Con sólo mirarlos sabe perfectamente si sus hijos están bien o no. Además, se siente responsable de todos los problemas que arrastran sus hijos. Por eso, ella lleva en su alma dichas tramas o asuntos espinosos y sin resolver. Ciertamente, ello es una labor de suma generosidad, ya que a veces por estos motivos sacrifica sus objetivos, sus aspiraciones y sus actividades personales, sin embargo, entrega de forma desinteresada y comprensiva y mágica su amor y su vida a los que encienden constantemente su corazón y sus ansias de vivir dignamente. Ante esta visión de la madre, Santa Teresa de Calcuta le manifiesta a ella que “Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.  Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo…, en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”, como siempre perdurará en los hijos el amor de la madre, que, mientras éstos vivan, será causa de consuelo, apoyo, consejo, enseñanza, incluso después de que ella se ausente de este mundo.

¿De dónde saca la madre su fuerza para que sus hijos sean mujeres y hombres buenos? ¿Cómo es que la madre mientras más envejece se hace más bella y ama aún más de lo que ya ha amado? ¿Cómo logra la madre ser tan sumamente perfecta y cómo consigue lo que se propone? ¡Oh manantial de donde fluye ese amor total y generoso de madre! “Ningún lenguaje. Manifiesta Edwin Hubbel Chapín, puede expresar el poder y la belleza, el heroísmo y la majestad del amor de una madre”. Además, ella es una luchadora por naturaleza. Por consiguiente, los hijos deben reconocer el esfuerzo que la madre hace por ellos, mientras los enseña a que nunca hay que rendirse ante nadie y ante nada. Es evidente que una madre cada día lucha denodadamente por sus hijos. Por ello, sus vástagos deben ofrecerle a su progenitora su presente y su futuro, sus esfuerzos actuales y venideros y sus ganas de hacer las cosas bien.

 

 

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