En el Olimpo de España y sobre la peana de un mar de cristal celeste, Andalucía levanta su cuerpo de diosa, coronado de primaveras y sudores, de azucenas y de hojas secas, de sol y de nieves. Sirva, pues, este texto de homenaje personal a esta tierra tan amada, mi tierra andaluza, en el 37º aniversario del referéndum celebrado el 28 de febrero de 1980, que permitió, contra viento y marea, el acceso de nuestra Comunidad a la autonomía plena que garantiza el artículo 151 de la Constitución Española.
Todos los andaluces debemos sentirnos orgullosos, afortunados y sumamente complacidos de ser hijos de Andalucía. A veces pienso que ser andaluz es un privilegio, un don especial que se nos concedió antes o en el mismo momento de ser concebidos. La grandeza de lo andaluz y del andaluz es un signo que llevamos en los hondones de nuestro mundo interior, el cual deja su indeleble impronta no sólo en la psique de la persona nacida en esta tierra, sino en el corazón y en la mente de cualquier caminante sea del país que sea, en el suelo que hollamos, en el aire que nos envuelve, en el hogar donde entramos… El andaluz posee en su espíritu los manantiales por donde fluyen esas energías siempre positivas que le permiten caminar por el tiempo y encarar la vida con ese poderío, tan firme como resistente, entusiasta y diáfano, reconfortante y generoso que genera para sí y para los demás. Un empuje que nos sobra.
Andalucía es cultura de culturas. Crisol de civilizaciones que fueron dejando en esta tierra lo más puro de sus esencias, un legado de grandeza, fortuna y sentimiento andaluz, que hoy nos ayuda a mirar hacia un futuro mejor, más fructífero, aunque el presente no sea todo lo feraz y productivo que los andaluces deseamos para bien de todos cuantos habitamos este paraíso.
Ningún andaluz olvida sus raíces. Ningún andaluz olvida esta tierra que nunca duerme, que nunca se detiene, porque está siempre despierta e intensamente viva, vitalidad esta que hace que sus hijos, tantos los propios como los adoptados, se sientan por siempre andaluces en cada gota de su sangre, en cada paso, en cada pensamiento…
Cuando un poeta o un filósofo señala la luna, el andaluz nunca jamás mira el dedo, sino al astro que le están señalando, porque el andaluz, aun en aquellos tiempos de más pobreza e incultura, anarquías y dictaduras, tiene un entendimiento natural que nada lo puede suplir, ni siquiera la cultura.
De Blas Infante, Padre de la Patria Andaluza, escribe Juan Antonio Lacomba Avellán, Catedrático de Historia Económica de la Universidad de Málaga, fallecido el pasado día 12 de febrero de 2017 a los 78 años: “Se mata a un hombre, pero no se puede matar una idea, y Blas Infante fue la voz que encarnó una idea de Andalucía y la plasmó en un programa. Y este programa no fue nunca un instrumento de partido o de gobierno. Fue mucho más: una ética de la convivencia, un proyecto de redención y una esperanza de justicia para el pueblo andaluz. (...) Por ello, cuando la descarga final ahogó su grito de ¡Viva Andalucía Libre!, él esperaba que por cada gota de sangre derramada nacerían nuevas fuerzas para la libertad y la autonomía del pueblo andaluz”.
Andalucía es tierra de contrastes: en ella se conjugan perfectamente la plegaria con el puño en alto, la guitarra soleada y cascabelera con el olivo callado…, la vida con la muerte.
¡Andaluces aunemos nuestro entusiasmo y esfuerzo y trabajo para que el progreso de nuestra tierra continúe imparable y con la calidad que ella se merece por los caminos, donde el hombre no es un animal depredador para el hombre, sino que lo dignifica, lo apoya, lo beneficia, desde la paz y la honradez, la igualdad y las libertades…, como a sí mismo!
Como broche a este homenaje personal a mi tierra, creé esta décima hace ya muchos años:
POR SIEMPRE EN ANDALUCÍA
Aunque deje de existir,
viviré en Andalucía,
donde en paz y en armonía
se forja su porvenir.
Mientras, deseo sentir
su belleza y su latido,
como cualquier bien nacido,
en los campos de mi mente
que cultivo cabalmente
dentro y fuera de mi nido.
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