Temibles son las malas lenguas. Lo sabía bien Ernestina Valverde, que, desde que la patrañera piógena comenzó a parlotear sobre la noticia fabuladora de sus relaciones adúlteras con cierto religioso, su marido la dejó plantada, sus acreedores comenzaron a exigirle pagos inmediatos, su familia le dio la espalda, sus vecinos murmuraban y la rehuían al verla y su director espiritual no dejaba de visitarla a diario para recriminarle su pecado e instarla al arrepentimiento. Ernestina no dejaba de sufrir y se bañaba en lágrimas cada vez que se quedaba sola. Un día, el que era director espiritual colgó los hábitos y dedicó su vida al consuelo de la mujer.
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