Tal como soñara André Breton, había “un hombre a quien la ventana partió por la mitad”. No se encontraba a sí mismo en aquella incómoda postura. No halló remedio en la visita al traumatólogo que le recetó analgésicos y antinflamatorios en pastillas y pomadas. No encontró consuelo con las friegas de alcohol y romero que le daba su madre. No halló alivio con la mantita eléctrica que amorosamente le aplicaba su esposa en el corte de la cintura. Un buen día, un amigo le habló de una fisioterapeuta llamada Inma, a la que pidió cita. Las sabias y hábiles manos de aquella mujer le remediaron el mal en varias sesiones. Recuperó su estado natural y desde aquel día de su curación se habla de una ventana a la que un hombre partió por la mitad.
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