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Cualidades cristianas y II


Iniciaba la anterior columna diciendo que el Sermón del Monte es la síntesis de la doctrina de Jesús y en ella se nos reclama con claridad: “sois la sal de la tierra y la luz del mundo” y concluía así: El combustible del cristiano es la  fe, fortalecida por la oración y el buen obrar.

Cristo en el Sermón sigue diciendo: No he venido a abolir la Ley y los profetas sino a dar plenitud o cumplimiento; esto es: a llenar, a completar lo que falta. Después establece modos de obrar tales como el cumplimiento de los preceptos y proclama:

I)  No matarás ni harás daño a otro de obra, palabra o intención.

II)  No cometerás adulterio ni de hecho ni de deseo.

III) No jurarás y cumplirás tus votos al Señor.

Y continúa desgranando su doctrina y lo hace sin necesidad de recurrir a forma política específica. El cristianismo como doctrina es apolítico, por ello, cuantas veces la Iglesia como institución ha optado por una opción política, se ha desviado del camino del reino que no es de este mundo. Quiero decir de ese mundo donde los políticos se refocilan. Sin embargo, la presencia, progresivamente activa de los cristianos en cuanto ciudadanos en los centros de decisión, no tiene por qué conllevar una opción política concreta; los cristianos no han de estar hipotecados por las ideas políticas: Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud (Ga 5, 1); el apoyo de los cristianos ha de ser a los actos políticos conformes con el mensaje de Jesús sea cual sea la opción política que la lleve a efecto y que no atente a la libertad que Cristo nos confirió al redimirnos.

En los albores del cristianismo, rotas las barreras que imponía la ley mosaica sobre la circuncisión, la aceptación de la autoridad era doctrina cristiana. Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas (Rm 13, 1) y los cristianos la conculcaban sólo cuando atentaban contra su libertad de obrar en cuanto tales.

Ninguna doctrina política o económica tiene el marchamo de cristiana o anticristiana, son los actos políticos o económicos los que, amparados en tales leyes,  se acomodan a los valores cristianos, la cualifican. No se trata por tanto, so pretexto de defender tales valores, lanzar anatemas contra el liberalismo, neoliberalismo, post neoliberalismo o en su cara opuesta, marxismo, comunismo y todos los ismos habidos y por haber. Satanizar tales ideologías de algún modo muestra la debilidad del cristiano que, bien por falta de convicción, arrojo o fe se siente impotente ante ellas. 

Ante las presiones de los ismos, a los cristianos no nos es lícito la condena sin más, solo nuestros actos, que no serán unánimes -la unanimidad no se dio nunca en las comunidades cristianas- son alternativas válidas; la confianza, el esfuerzo, la dedicación, hará posible el aumento de la cota mínima inferior necesaria, sin importarnos demasiado los potenciales desniveles, intrínseco a la naturaleza y  precisos para el desarrollo integral. Lo que importa es actuar, no quedarse paralizados; los lirios ensalzados en el evangelio no están inmóviles aunque lo parezca, extraen los nutrientes del suelo, si le faltan estos, los lirios se secan y cosa tan bella, se aja, se marchita y muere, pero no se destruye, se transforma.

Los acontecimientos que con tanta velocidad se despliegan en los tiempos actuales obligan  a los cristianos a una reflexión profunda a la luz del Evangelio.

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