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Cambio de rumbo


Diciembre. Viernes. Deambulaba por las calles de Granada a la deriva, como a mí me gusta. El día era fresco y, aunque la mañana ya había recorrido la mitad de su camino, el sol aún continuaba tras un grueso manto gris oscuro que cubría totalmente el cielo de esta ciudad, que a todos nos cobija y enamora, pero que algunos se empeñan, sin conseguirlo, en taponarle la boca.

Aunque el amor no entienda que la primavera esté entre nosotros, reconozco que él es el único sentimiento capaz de transformar la existencia monótona, rutinaria y gris de una persona en la primavera más radiante y garbosa, más vivaz y locuela, más rebelde y comunicativa. “Algo” tiene que tener el amor cuando puede, con esa energía que le caracteriza, darle a nuestra vida un giro de ciento ochenta grados, siempre, claro está, que, cuando veamos un día brillar en nuestro cielo el sol vivificador del amor, no lo eclipsemos con las nubes negras e infinitas de nuestros miedos y pusilanimidades.

Pero lo que no podemos es confiar en la llegada del amor. El amor, cuando llega a nuestra vida, se presenta siempre de improviso, es decir, sin esperarlo, porque el amor no se busca, sino que se encuentra. Sólo de nosotros depende que le abramos o no la puerta de nuestro corazón cuando llame para entrar en él ¡Cuántas y cuántas personas viven sin amor porque no le abrieron el portón de su vida, o porque, si se lo franquearon, no supieron día a día mimarlo ni cultivarlo! Son seres conformistas, rutinarios, que caminan por la vida con el vacío que proporciona la ausencia de este sentimiento vital. Individuos que están tan encerrados en sí mismos que ni siquiera reconocen que un hombre que marcha sin amor es un cadáver que muere a cada paso, porque quien se olvida de amar..., se olvida también de vivir.

El amor es tan maravilloso que hace de cada día un oleaje de instantes completamente distinto a todos los anteriores. Horas y horas nuevas en su esencia, colmadas de sensaciones nunca percibidas y de emociones nunca sentidas En esa diversidad, siempre positiva para los amantes, está la grandeza del amor y de la vida.

Amar es lo más prodigioso y mágico que nos puede acontecer en nuestro continuo caminar por el tiempo. Amar es compartir alas y nido, he dicho y escrito muchas veces. Aquel que ama, vive siempre en un paraíso en ebullición, en un estado de delectación absoluta. Tanto el ser humano que tiene la ventura de amar como el que no la tiene no pueden nunca olvidar que el santuario del verdadero amor está ubicado en el universo de la libertad, el respeto y la comprensión.

Anteayer le comentaba a una buena amiga, mientras observábamos embobados, desde el mirador de San Cristóbal, la marcha del sol de las tierras de Granada, qué sentirá una persona cuando dice: “Corazón duerme y no sueñes porque no hay nada ni nadie con quien soñar”. Ciertamente hay compañeros de camino que llaman, gritan al amor, pero sólo reciben, como respuesta, ecos desgarrados de voces inaudibles, fantasmales.

Cuando estamos llenos de amor auténtico, nuestra vida se renueva cada día, pero cuando el amor se nos va y el vacío se aposenta en nuestro ser, estamos llamados, si queremos seguir viviendo, a cambiar de vida.

 

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