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Propaganda y ética


Parece haber acuerdo general para emplazar el inicio de la propaganda durante la Primera Guerra Mundial. En el campo militar ha alcanzado su máximo exponente y desarrollo incluyendo el periodo de Guerra Fría. Su uso está tan extendido hoy que las propias empresas la destinan para ampliar ventas. La RAE define propaganda: “Acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”. Violet Edwards considera “propaganda toda expresión de una opinión o una acción por individuos o grupos, orientada a influir opiniones o acciones de otros individuos o grupos con fines predeterminados por medio de manipulaciones psicológicas. Es incuestionable que las potencias democráticas trabajan con información, nunca utilizan la propaganda porque dicho medio es propio de dictaduras o sistemas totalitarios.

En el lejano mil ochocientos noventa y cuatro, Le Bon publicó “Psicología de masas” con el objetivo de asentar los cimientos de una manipulación social para conseguir fines concretos. Sin embargo, no fue hasta mil novecientos treinta cuando Joseph Goebbels extractó las bases de una propaganda eficaz. Su postulado se componía de once directrices o principios. Suya fue la transcripción “una mentira repetida mil veces termina por convertirse en verdad”. Hoy se tilda al rival de goebbeliano, no como sinónimo de manipulador social (que probablemente también) sino con la mala intención de establecer un presupuesto fascista o nazi. Pese a distinguirse actualmente con un fondo peyorativo por considerarla carente de honradez, su práctica se asocia a controlar, alterar o mantener un determinado equilibrio de poder a favor del propagandista.

El estilo de Sánchez me recuerda aquel viejo soneto de Quevedo “Érase un hombre a una nariz pegado” para referirse a un narigudo. Si transitamos parecida hipérbole, podríamos clamar: “érase un hombre a una propaganda pegado” porque la sustancia de este inepto es pura propaganda y su esencia se ubica presumiblemente en el campo de la psiquiatría. Llevamos un tiempo, demasiado, idolatrando lo que se ha dado en llamar “propaganda comparativa”; método y curso para mostrar lo mejor de uno y presentar al contrario como algo inferior, colgándole un pesado Sambenito y el correspondiente desprestigio. Resulta curioso que propaganda, superioridad moral y asunción del bienestar social, recaigan sin complejo, nulos de crítica, en el ámbito de la izquierda —desaparecido su carácter moderado— cada vez más hostil, virulenta, con los regímenes democráticos.

Los medios son caja de resonancia excelente utilizada por expertos propagandistas siempre impregnados con altas dosis de impostura y manipulación. No en balde Sánchez se ha gastado veinticinco millones, quinientos mil euros, para activar la propaganda informativa. Los políticos —básicamente siniestros, aquí todos radicales— además de proclamar los cuentos (que ellos llaman cuentas) de las mil y una noches, exhiben un cinismo irreverente e insensible. Llevan décadas autoproclamándose modelos de virtudes sociales mientras sus oponentes cargan con los vicios más deplorables como si unas y otros tuvieran protagonistas exclusivos. Da ya bastante asco escuchar a tertulianos que defienden el día y la noche, según qué represente uno u otra, con los mismos argumentos; retorciéndolos, sin cambiar su tono, como una columna barroca.

Han calzado una conciencia social con zapatos que no se ajustan a la realidad, tampoco a la justicia. Las suelas “progres” del sanchismo-podemismo-independentismo-bilduetarra, están carcomidas desde finales del siglo XIX indicando un conservadurismo inmovilista. Siguen los pasos de la doctrina marxista, imán que atrae terribles dictaduras totalitarias. No es que la propaganda siniestra (radical casi sin excepción) vigorice la estructura psico-física de sus componentes viendo en ellos valores morales, negados al común, mientras completan la fisionomía con actitudes inteligentes, resueltas. ¿Puede creerse, sin margen de duda, que el socialismo en España haya sido providencial? Si analizamos la Historia con visión objetiva, limpia de dogmatismos irracionales, encontraremos respuestas apetitosas. Forman parte del hábito político: “unos llevan la fama y otros cardan la lana”.

El problema de la ética es que se tergiversa y queda convertida no en modelo de comportamiento sino de ariete agresivo. Resulta escandaloso que al PP se le juzgue por “apropiación indebida” de algo más de doscientos mil euros y se diga que es el partido más corrupto de Europa. Sin embargo, los EREs cuyo saqueo, aproximado a mil millones de euros, carecen de juicio mediático y, para más inri, Sánchez prepara un indulto a los sentenciados en firme, una vez apaleados ciertos jueces. ¿Conoce alguien mayor prueba de corrupción democrática? Porque… se puede ser sinvergüenza, pero resulta insólito arremeter contra los principios social-políticos que te ratifican al frente del ciudadano. De Zapatero y Sánchez me espero cualquier salida, que Felipe González apoye los indultos a jerarcas andaluces da idea exacta de podredumbre institucionalizada.

Con estos aventureros que pretenden subvertir media Constitución, la ética ahuyenta toda aplicación justiciera, íntegra, quedando convertida en palabrería vana, desequilibradora. Se limita al uso de notas adhesivas (etiquetas) que adjudican falsos méritos o decencias en el campo propio mientras demonizan, con la misma pasión y engañifa, al oponente. Cada vez comprendo menos a quien toma a pies juntillas las cualidades autodefinidas o, en su lugar, aquellas bondades que se dicen con ligereza y no resisten el tamiz más burdo.

Deduzco, quiero pensar al menos, que el personal (mayoritariamente) empieza a abominar el letargo de siglos. Me gustaría que todo preboste, bien en su quehacer propagandístico, bien en su necia afirmación ética, sufriera el desprecio —con abundantes dosis de escarnio— del ciudadano. Una chorrada merece respuesta enérgica y coherente. Solo de esa forma, la sociedad ganaría libertad y respeto; condiciones vertebrales para marcarles a estos codiciosos líneas que jamás puedan franquear.

Cuando escribo un artículo reivindico dos objetivos: darle al texto una visión o enfoque pedagógicos y censurar al poder del momento. Con todo y ello, me encuentro más cómodo, ¿por qué negarlo?, abriendo las costuras de aquellas siglas que se han propuesto llevarnos a la ruina moral, económica e institucional; es decir, las totalitarias. Aunque se vocifere que Vox es una sigla totalitaria, la realidad (pese al caso Olona) dista mucho del aserto. Las siglas totalitarias son quienes representan un marxismo radical, tiránico, enemigo del pueblo por mucho que se afirme lo contrario.  

Termino con algo obvio: El apoyo de Felipe González y Alfonso Guerra a la concesión del indulto a Chaves y Griñan, constata —tras negar la independencia judicial, el soslayo a la Ley y al pueblo soberano— la existencia de una democracia viciada, ápoda y acéfala; en definitiva, sui géneris.

 

 

 

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