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El segmento de plata. Buenos días y buenas noches


         Creo que los dos años de pandemia y la confinación en que vivimos especialmente los mayores a lo largo de la misma, nos ha animado a comunicarnos constantemente con “alguien”. Aunque sea de forma telemática. Aquellos que no tienen otra cosa mejor que hacer a lo largo del día, aprovechan por recopilar cuanto les llega o cuanto encuentran en la red e, inmediatamente, lo reenvían tenga sentido o no.

         Dicha práctica es de agradecer. Pero a veces se convierte en una especie de pesadilla que te amenaza en todo momento con imágenes, bastante repetidas y excesivamente cursis, de flores, niños,

bendiciones de todo tipo, chistes buenos, malos y mediopensionistas, proclamas, discursos patrióticos, felicitaciones, amenazas, avisos de catástrofes y recomendaciones de todo tipo basadas en “secretos de buena tinta”.

      No dudo de la buena fe de los emisores o transmisores de los mismos. Pero sí de su capacidad para discernir lo importante de lo accesorio y de su interés en filtrar lo que reciben y no reemitirlo sin más.

    Ayer me preguntaba uno de los emisores más persistentes “si nos parecía excesivo su aporte de deseos de buenos días y buenas noches”. Yo le contesté con sinceridad. Con uno de vez en cuando me siento totalmente satisfecho. La mayoría de las veces ni los miro. Los encamino directamente a la papelera.

    Mientras redacto estas elucubraciones me pregunto si quizás estoy viendo la paja en el ojo ajeno mientras omito la viga en el propio. Bombardeé a mis lectores con una serie de reflexiones diarias a lo largo de lo más crudo de la pandemia y, durante los últimos catorce años les he transmitido semanalmente una buena noticia y un segmento de plata. Me imagino que alguno de vosotros lo tirará directamente a la papelera de reciclaje. Hace muy bien.

    Comparto mis ideas con las de alguien a la que leo en una entrada de Facebook: “Lo poco gusta, lo mucho cansa y hay gente que agota”. Posiblemente yo sea uno de ellos. La solución estriba en ponerme –o ponerles- en la lista de “correo no deseado”. O no leerme directamente.  

    Termino manifestando mi admiración por aquellos que nos transmiten sus mejores deseos. Pero ¡por favor, menos veces!

 

 

 

 

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