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Más alta que el cielo


Este año, que cansinamente da sus últimos pasos por los caminos del tiempo, se despide de nosotros con los ojos enrojecidos y un rictus de preocupación y aflicción. De su aliento mucho más agrio que dulce escapa, entre siete mil y una sombras, un rayo de luz que envuelve la vida de los seres humanos con la intención de depositar en ellos la semilla de la esperanza.

Verdaderamente, bajo el cielo no solo de Andalucía, sino del mundo entero, cada día termina algo bello, algo hermoso, y cada día también empieza a germinar algo precioso, algo tan encantador y puro como la propia vida, porque donde se marchita una rosa siempre nace otra, aunque nunca, mientras vivamos, olvidemos a las que nos antecedieron, al fin y al cabo todo cuanto somos y tenemos se lo debemos, salvo excepciones, a aquellas rosas que por ley de vida ya nos dejaron, aunque su belleza de espíritu y su fragancia sin término permanecen con nosotros, como un credo de amor, de paz y de victoria.

Este año, presto ya a desaparecer, atravesando el horizonte brumoso tras el cual descansa sin sobresaltos el pasado, se nos marcha calladamente, como un verso aún sin escribir, dejándonos para el recuerdo la cara y cruz de su canto. Un canto concebido y gestado en las mismísimas entrañas de las muchas lágrimas y escasas risas de su corazón, el cual desde su primer día de vida quiso ser pan y gloria para todos los humanos, mas solo se quedó en una pesadilla, en un jeroglífico sin descifrar, en una encrucijada de donde parten múltiples caminos que no van a parte alguna.

Pues bien, este año ya caduco y escurridizo cumple nuestra Constitución cuarenta y un años. “El mayor bien de la sociedad, dice M. Edgeworth, debe ser el objeto de toda legislación”. Y en ello pensaron y así actuaron “los padres” de la misma. El 6 de diciembre de 1978 se celebró en toda España el preceptivo referéndum para la aprobación o el rechazo de la Carta Magna, la cual, como todos sabemos, fue por mayoría legítimamente aceptada, según los criterios democráticos. Desde ese mismo día se dio por concluido el periodo de la transición y empezamos todos los españoles a vivir en régimen democrático.

En el respeto de los derechos y deberes de cada persona está la base del bien común de toda la sociedad, entendiendo por bien común aquel del que se benefician todos los ciudadanos. A. Aróstegui lo define “como el bien que, siendo propio de cada persona, constituye, al mismo tiempo, el bien de una comunidad en la cual solamente puede conseguirse”. Este bien común debe ser la suma de todos aquellos caracteres positivos de la vida social, gracias a los cuales cada individuo puede lograr con el máximo de igualdad, garantía y posibilidades su propia realización como persona. Por ello, cada uno de nosotros tenemos el deber de cooperar lo más activamente posible, tanto a nivel personal como comunitario, para conseguir la continua fructificación de nuestra Constitución como un bien de todos y para todos.

 

 

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