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Rojo pasión, rojo locura… rojo alpino Jarapalos


Hoy me he vestido nuevamente de rojo. Ha sido un regalo, un detalle, un recuerdo….pero, para mí, ha sido algo más: ha sido una historia.

Pertenezco (todo un honor) al Club Deportivo Alpino Jarapalos desde hace muy breves fechas, un par de meses quizás y, en realidad, hasta hoy, sólo conocía a uno de sus miembros, Don Manuel Domínguez, al que tengo en aprecio y en incipiente amistad, anteponiéndole el Don no ya porque lo tenga sino porque lo merece, que son entidades de categorías bien distintas.

Con motivo de mi federación en la Andaluza de Montañismo, este señor, Presidente del Club citado, se ofreció a tramitarme la licencia federativa. A partir de ahí, cada gestión, cada noticia, cada evento…me ha llegado a través suya.

Y ha sido hoy cuando, atendiendo a un mensaje electrónico, he acudido a su llamada para entregarme (no sólo a mí, sino a todos los miembros del club) un anorak con el color y logotipo del club.

El color, ya os lo podéis imaginar, el rojo.

Cuando así la prenda entre mis manos, antes ni tan siquiera a enfundármela, se me agolparon retazos del pasado y reviví aquella historia que anticipé al principio.

Veo en las redes sociales del grupo imágenes de jóvenes y no tan jóvenes (en esto del running no hay gente mayor, nunca) subiendo a pódiums, batiendo marcas, moviendo límites y, siempre, abrazados a otros amigos o compañeros en estas lides.

Llueven las felicitaciones, el orgullo, la pasión…Es un triunfo casi colectivo, que todos sienten como propio aunque ellos, los ganadores, los que consiguen sus metas, sean unos pocos, unos privilegiados. Pero el sentimiento del éxito (como otras veces los es del fracaso) se contagia al resto.

Y es en esos momentos, también placenteros en lo que me atañe, es cuando las imágenes del pasado toman entidad presente.

A algunos les parecerán batallitas de un cincuentón, a otros –ya en número más escaso- le producirán el mismo efecto que a mí, y seguro una sonrisa agridulce.             

Como acabo de anticipar, ya supero la barrera de los cincuenta. Ahora correr es casi un acto de fe pero esa droga es la que te mantiene, te hace sentir bien, en definitiva, te sigue alentando vida.

Empecé a correr con 14 años aproximadamente (haced la cuenta y retornaréis al siglo pasado) y en un ambiente rural, de un pueblo de la provincia, con sus costumbres cotidianas de vida rutinaria, sin apenas sorpresas existenciales más allá de las vivencias propias de una pequeña colectividad agraria.

Había muchos factores para empezar aquella aventura y, entre todos, un buen día me puse unas zapatillas de la época, una camiseta de algodón, unas calzonas…y a dar los primeros pasos. Recuerdo que aquella primera carrera no sólo fue decepcionante, más bien llegó al calificativo de humillante. En poco más de 300 metros me tuve que parar, tomar aire, vista seminublada, y el pueblo aún no me había soltado.

¡Qué desastre! ¡Qué decepción! ¡Qué vergüenza!.

Pero no desfallecí, me reestablecí y otro trote, después otro y así hasta que entre ida y vuelta los 2 kilómetros eran considerar los metros de más centímetros que establece su medida oficial.

Las agujetas aparecieron ipso facto y la robotización del cuerpo era una realidad insoslayable: casi no me podía mover, y cuando lo hacía la limitación de movimientos era casi de parálisis.

No me detuve: al día siguiente otra vez y los mismos síntomas. E insistí. Y llegaron otros días, otras distancias, otros cansancios, otros músculos que desconocía y salían a la luz…

Eso de correr casi a diario ya comenzaba a causar extrañeza en mis padres, y en mis hermanos, y en mis amigos…

¿Pero qué hace este tipo? ¿Por qué no juega al fútbol como todo el mundo?-

Más yo seguí corriendo. Cada vez me encontraba mejor: y ya no sólo en el aspecto físico (que también) sino en un entorno que no podía ni imaginar…el mental. MI psique se iba endureciendo, embruteciendo, sobreviviendo al exterior.

La cosa se fue complicando. Un día me llovió en una carrera y resulta que aquello me gustó. Eran otras sensaciones: la cadencia del agua era ancestral, como la del vientre materno mientras nos formamos, y aquellas gotas surcando la cara y desparramándose por todo el cuerpo limpiaban la piel de todo, hasta de algunos pensamientos que iban retrasándose mientras abandonaban su anterior guarida.

Resulta que ya no sólo me gustaba correr con buen tiempo, era algo peor, muchísimo peor: me gustaba hacerlo con lluvia, con frio, de noche…Estaba drogado…de salud, física y psíquica.

Ya los asombrados no era el núcleo familiar o de amistad, ahora mucha gente del pueblo te miraba como un bicho raro y ese runrún: ¡este muchacho no estará muy bien de los nervios!, ¡a este chico le pasa algo!...Intuía que podrían ser casi las mejores opiniones al respecto.

No os riáis, jovenzuelos, que eso era así. Que os hablo de hace casi 40 años.

Las zapatillas eran unas “Cadenas”. Después nos destrozamos (ellas mis píes y yo su tela) mutuamente unas “Tórtolas”. Y, por fin, llegué a tener unas “Paredes”, y unas “Kelme”. No había la variedad ni los adelantos técnicos de las marcas actuales. Correr con aquellas zapatillas era un atentado contra las más elementales de las leyes de la física que rodea el running. Y ya si te llovía o cogía barro pasaban de ser unas lozas a convertirse en sarcófagos de la Inquisición, pues te daban más puntadas en los píes que una concentración de lagarteranas.

Ibas solo por los campos y como tú no se veía a nadie. Es más no preferías ni siquiera ver a ser humano alguno pues si te cruzabas con un cabrero, o un tractorista…ya tenías comidilla en el pueblo. Si además después de alguna faena temporal agrícola decías aquello de “me voy al pueblo corriendo”, estabas acabado. La locura pasaba a ser un piropo al lado de los pensamientos ciertos que pululaban por la mente de la gente. Y no tenían culpa, era sólo falta de costumbre. Ya sabéis lo que dijo Saint Simon “llamamos naturales las cosas a las que nos acostumbramos”.

Poco a poco otros como yo comenzaron a correr y cada vez había más gente compartiendo carreteras, caminos, etc.

Después comenzaron algunos pruebas de atletismo y aunque al principio un disparo mal dirigido podía acabar con la prueba (de los poquitos que éramos) aquello fue in crescendo. Allegro ma non tropo.

Y llegó el boom. De unos lustros para acá todo el mundo corre: unos running, otros trail, otros practican senderismo.

Los caminos, sendas y rutas tienen una vida vertiginosa. El colorido lo  invade todo y cuando subo por esta sierra que nos protege del mar y compruebo estos hechos en cualquier momento: laborales, festivos, puentes… el corazón me da un vuelco. ¡Cómo disfruto!.

Ahora ya no voy solo, no estoy solo. Un único aspecto negativo, ya todos corren más que yo y son insultantemente jóvenes.

Gracias a Federaciones, Clubs, Sociedades, Entes Privados de toda naturaleza, y como no, las propias Administraciones Públicas se ha  potenciado el deporte. Se han percatado de que invertir en deporte es invertir en salud. Que la enfermedad, además de lastimosa, es cara y que correr, nadar, saltar…es una apuesta por el ahorro, dado que el bienestar y la felicidad alejan muchos padecimientos.

Sigo viendo esas fotos actuales y me sigue lloviendo en la cara, sigo pasando frío, sigo solo por esos caminos, soy el centro de comentarios despectivos de otros años más sonrío y me digo: HA MERECIDO LA PENA. Otros están cogiendo los testigos de los que empezamos en los albores de esta forma de vida.

Ya sabéis lo que toca ahora: NO PARAR!!! Y cuando digo esto, no hablo únicamente de correr, hablo de luchar, de enfrentarnos a los problemas como sólo nosotros sabemos hacerlo, de abrazar a los amigos y a los que no han tenido la suerte de ganar (hoy, otro día tal vez), de dar una palmadita al que va sufriendo, de preguntar al que está parado…de enfermar al Mundo de solidaridad, de amistad, de compañerismo, de lo que hemos aprendido tras muchos kilómetros en nuestros pies, de sudores, de lesiones…Pese a todo, ahí seguimos y seguiremos. Esa es nuestra victoria.

Para finalizar, y con algo de humor, recordar la anécdota de un amigo hace pocos días. Se me informaba de que un estudio científico (sic) había demostrado que el deporte de excesivo esfuerzo (trail, ultratrail, iron, etc) hace perder a quien lo practica hasta un 6% de capacidad cerebral. ¿Sabéis lo que le contesté?. Es que nos sobra!!! Traemos el exceso de serie!!!

Mis más cordiales saludos a todos.

Francisco  Izquierdo

C.D. Alpino Jarapalos.

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