Publicidad

23 de abril. Día del Libro


Si ayer era el día de la Tierra, hoy 23 de abril lo es del libro. Estos días podemos compararlo a una onomástica pagana, que escapa al santoral, ocupado por aquellos grandes hombres y mujeres que sirvieron a su iglesia, para consolidar, en este caso, el santoral de la vida cotidiana, de la realidad que nos envuelven. El día de la Tierra, de los libros, de la salud mental, del trabajo, de los derechos de igualdad, de las reivindicaciones terrenales para luchar por la justicia y poner las cosas en su sitio, que es el adecuado para que cumplan su función con el mejor beneficio para el ser humano y el medio en que se integra.

Pero hoy, como digo, esa onomástica pagana, le corresponde al LIBRO (lo escribo con mayúsculas), a San Libro que es un arrebato de virtudes, un servidor del ser humano, de la ciencia del conocimiento, de la inteligencia y el desarrollo.

El libro no es un tesoro, como algunos dicen, es el cofre que contiene el tesoro impreso, pues su valor está en el interior. Es un continente donde se guarda el contenido para que no se pierda, para que persista a lo largo del tiempo. Pero, dado que forma parte del propio tesoro, que es inseparable al llevarlo impreso, asciende a esa categoría de tesoro vicario. Su valor lo condiciona el contenido, el tesoro es la palabra y lo que transmite.

La palabra ha sido el mejor y más importante instrumento que el ser humano haya inventado, porque a través de ella, de la comunicación, vino todo lo demás, el entendimiento, el desarrollo de las ideas, el intercambio, la negociación y acercamiento, la comprensión, la expresión de sentimientos y emociones, de razones y posicionamientos. Es el puente por donde transcurre la interacción para enlazar un ser con otro ser. Para definir los conceptos que nos permiten saber de qué estamos hablando.

Pero cuando afloró la escritura se dio un paso más para dejar constancia, más allá del discurso puntual, del mensaje que se quería transmitir. La palabra dejó de ser volátil y efímera, solo al amparo de la memoria, para quedar atrapada por la escritura y ofertada a quien quisiera conocerla. Luego, tras el trabajoso hacer de los amanuenses, copistas y escribanos, con escasa y penosa producción que hacía selectivo el acceso al conocimiento, irrumpió la imprenta como uno de los elementos más revolucionarios que haya producido la humanidad. Se inició la socialización del conocimiento, se facilitó el acceso al libro y, eso, revolucionó el mundo de las influencias. Aquél invento del diablo puso contra las cuerdas a los cancerberos del saber. Ya no era suya la sabiduría, existía el libro para derramarla por doquier entre la gente, con la única condición de conocer la técnica de la lectura.

Mas un cofre no tiene por qué contener siempre un tesoro, pues se puede llenar, incluso, con excrementos. Pero hasta eso es positivo porque, cuando lo abres y ves el contenido, te muestra la característica de tal excremento y aprendes a identificarlo, solo hace falta que tengas capacidad y criterio para discernir sobre ello, o sea que poseas un espíritu crítico que te otorgue la independencia y libertad interpretativa, aunque esté condicionada, como es lógico, por tu propia identidad.

En este sentido, la singularidad del ser humano es su capacidad de pensar, de dudar, discernir y deducir, de computar cognitivamente sus percepciones a través del razonamiento y las emociones. Somos las ideas que fraguamos, crecemos con ellas, mientras nuestro cuerpo físico es, solamente, el continente efímera que soporte el complejo sistema que nos permite elaborar el pensamiento.

Nuestro libre pensar es un derecho inalienable que no debe coartar nadie por causa alguna, pero también una obligación con la sociedad para enriquecerla dentro de la diversidad de visiones del prisma existencial. Tenemos la obligación de pensar, de discernir, para crecer y evolucionar intelectualmente, a la par que compartirlo con los demás.

Y ahí está el libro como oferta a todo ser humano que quiera usarlo para plasmar su creatividad, para transmitir su pensamiento, su fantasía, para dejar transcendencia de su vida y de su obra a modo de testimonio del presente en el mañana. Es el vehículo que transporta ese saber de la vida, la historia y el pensamiento de los pueblos y su gente, la fantasía, la lírica, el conocimiento y la ciencia. Es el almacén donde se guarda todo eso para que quede a disposición de quienes se interesen por conocerlo. Es el tesoro inagotable que enriquece a quien lo usa sin sufrir menoscabo. Es el semillero de la sabiduría…

 

Antonio Porras Cabrera

 

 

 

Comentarios
    No hay comentarios
Añadir comentario
- campo obligatorio (*)

Normas de uso
  • Esta es la opinión de los internautas, no de El Faro de Málaga
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.