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La buena noticia. El que no estrena…


      Los niños de los cincuenta esperábamos con ilusión el Domingo de Ramos. Siempre estrenábamos algo. Vivíamos una posguerra plena de carencias de todo tipo. Vestíamos con dignidad y comíamos lo suficiente. Pero desconocíamos la inmensidad de privilegios con que cuentan las generaciones actuales.

    Por eso ansiábamos la llegada de las fechas en las que nuestros padres tiraban la casa por la ventana y nos compraban, casi siempre, unos zapatos de “Segarra” (que iban acompañados de una pelotita verde) que conseguían que sufriéramos unos tremendos dolor de pies debido a su dureza. El Domingo de Ramos recorríamos las calles con nuestros flamantes zapatos de suela de tocino y ataviados con aquel precioso jersey de punto que nos habían mercado en “Los Madrileños”.

      Las cosas han cambiado. Mucho. Hoy los adolescentes no valoran nada de cuanto se les compra. Lo miran con desgana y presumen de su viejo pantalón lleno de agujeros y tres tallas más grandes que la que necesitan, la deteriorada gorra y, eso sí, el iPad de última generación sin el cual no “son nadie”.

     Aunque parezca mentira añoro aquellos viejos tiempos en los que les dábamos más valor a las cosas. Porque carecíamos de muchas de ellas. La cervecita dominical, el refresco del Niágara, el hornazo de las pascuas, el helado de dos reales en el que todo era galleta, la pastilla de chocolate para la merienda…

    Si el dicho hubiera sido cierto, muchos de nosotros habríamos vivido “sin manos”. Algunos años nos conformamos con reestrenar aquel traje vuelto de nuestro padre al que le habían cosido el bolsillo superior para disimular. Otros nos sentíamos felices con el jersey de punto que nos había confeccionado la abuela. Pero todos salíamos muy repeinados a presenciar el paso de la Pollinica y a llevarnos una rama de olivo bendecida a nuestra casa.

    La buena noticia de hoy se basa en que, un año más, estrenamos una Semana Santa en la que vamos a rememorar la pasión, muerte y resurrección de Aquél que dio su vida por nosotros. En la que vamos a compartir la ilusión de tantos niños y jóvenes que disfrutan por primera vez de su paso por los varales o su puesta de capirote en las distintas cofradías de Semana Santa.

    Los mayores rememoraremos tantos años de presenciar los desfiles procesionales, unos tras otros, o de participar en los mismos mientras la edad nos lo permitía. Una vez más recordaremos a nuestros familiares que ya no se encuentran entre nosotros y a soltar esa lágrima furtiva o descarada ante el paso de las imágenes sagradas de nuestra mayor devoción. (Ayer “me hinché” durante el traslado del Cautivo).

    No nos quedaremos sin manos porque estrenaremos la ilusión de que algún día se haga realidad la presencia entre nosotros de ese Cristo Resucitado que habite en los hombres de buena voluntad. Esa presencia que representaron personalmente los sanitarios y enfermos del Hospital Civil. Ayer vivimos la buena noticia en forma de esperanza para los enfermos.

 

 

 

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