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La buena noticia. Ser como niños


  No pasamos precisamente por los tiempos en que los reyes de todo tipo gocen de buena prensa. El pueblo en general ya se fía bastante menos de la realeza, dado el ejemplo que algunos nos dan. Incluyendo a los cuatro reyes de las barajas de Fournier.

  Sin embargo, como cada año, multitudes de niños y mayores se han sumergido en la vorágine de convertirse en recolectores de caramelos duros como piedras -que luego se arrojan tristemente a la basura-, redactores de cartas pidiendo cuantos juguetes salen en la tele y, por otro lado, personas mayores convertidas en compradores compulsivos.

  Detrás de este pandemónium –aunque en pequeña escala- persiste la ilusión. Una ilusión que queda reservada a los niños, muy niños y a los mayores, muy mayores. Es decir, a aquellos tiernos infantes que aun no han caído en las garras de la cibernética y a aquellos mayores que superan los tropecientos años y se han vuelto a convertir en niños. Queda otro pequeño grupo, de edad indeterminada, que decide seguir la recomendación evangélica que nos remite al “hacerse como niños” para alcanzar la felicidad.

La tendencia actual de minusvalorar todo lo que huela a cristianismo, ha llevado a esta sociedad excesivamente laica a intentar sustituir la adoración de los Reyes Magos hacia el NIÑO con mayúsculas, por la llegada de un señor orondo, con el mapa de la Rioja detallado en la nariz, llegado del norte en un trineo conducido por unos bichejos cuyo pelaje desconocemos y a vivir el festival del consumismo a plazo fijo.

A los “puretas” como yo, aun nos queda el recuerdo de nuestra infancia de la posguerra, llena de ilusión por la muñeca pepona, el motorista de lata, el balón de reglamento, el caballo de cartón o “las cosas del colegio”. Juguetes que exhibíamos orgullosamente el seis de enero por las calles donde discurría la vida de los niños de los cincuenta.

Las grandes superficies inventaron después los “reyes” para los mayores. Esto se ha convertido en una vorágine consumista que, a poco listos que sean los chaveas, les quita la ilusión y la fe en los Reyes Magos, los de verdad, aquellos que yo puedo jurar haber visto penetrar por la ventana en la vieja casa jiennense en la que nací.

Olvidémonos de cabalgatas llenas de espectáculos circenses, remedos de los espectáculos de Disney, bailarinas de todo tipo, animales exóticos y acartonados transportados sobre ruedas así como otra serie de carrozas que nada tienen que ver con lo que se celebra.  Transmitamos la ilusión de la llegada de los Reyes Magos al niño Dios y por derivación a cada uno de nosotros. Seamos niños o no. Vendrán cargados de juguetes para los niños y paz, comprensión y perdón para todos. ¡Que buena falta nos hace!

Si nos hacemos como niños entenderemos la buena noticia que conocieron aquellos viejos sabios de Oriente y que después han transmitido de generación a generación. Nos hará un poco más felices.

 

 

 

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