Su gran mérito como arqueólogo fue describir y, más tarde reconstruir, un innovador, para su tiempo, hipocausto romano.
Costaba un gran esfuerzo de atención seguir sus explicaciones, pues su ronquedad redujo el timbre de su voz a niveles de susurro. Pero su empeño y constancia suplían aquella peculiar forma de hablar. Otra cosa era el dibujo: como delineador no tenía par. A sus diseños añadía su verso cálido, ígneo, en extremo expresivo y desconcertante.
Tenía dos hijas guapísimas y plenas de inteligencia y hablar discreto y acertado.
Su esposa, una mujer apuesta, elegante, culta compartía con él, y celebraba, el contento de sus creaciones y, a veces, le hacía oportunas sugerencias.
Una tarde trazó una línea recta y, alrededor de ella, escribió:
La línea recta no existe
en los cauces de la vida
cotidiana.
---------------------------------------------
No existe por más que insiste
quien nos muestra la avenida
del nirvana.
En una ocasión lo invitaron a leer sus versos en el Ateneo y rehusó alegando su ronquera crónica.
Publicó un libro de aforismos rimados y dispuestos en breves estrofas. En la portada, una línea recta y la sextina de pie quebrado "La línea recta no existe".
Una mañana, sentado en su butaca, parecía en estado de beatitud total y, cuando iban a llamarlo para que fuese a comer, se percataron de que estaba muerto.
Normas de uso