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El origen de las secuoyas


El viejo dinosaurio cuidaba con esmero las plantas de su jardín. Sus árboles desarrollaban troncos voluminosos de ocho metros y alturas superiores a los cien. Aquel jardín suntuoso y boscoso era motivo de admiración radiosa y de soterradas envidias.

Ciertas criaturas indeseables trataron de arrancar algunos de aquellos árboles para trasplantarlos en sus terrenos. Dejaron hoyos inmensos y del mismo tamaño los excavaron, pero, al sembrarlos en la nueva ubicación, se volvieron mustios y carentes de impulsos vitales.

Trataron otros de que el viejo dinosaurio les vendiese parte de sus plantas o sus semillas. Pero él contestaba siempre que no tenía en venta su jardín.

Otros persuadieron al viejo dinosaurio con halagos y argumentos adecuados para que les transmitiera sus conocimientos.

—No puedes morirte sin enseñarnos a cultivar esas plantas —le dijeron.

El viejo comprendió que no viviría tanto como pronosticaba para sus gigantescos árboles. Optó por enseñar sus secretos a quienes decidieran ser sus discípulos.

Las enseñanzas del maestro dieron su fruto, pero, inesperadamente, se escuchó una terrible explosión en todo el planeta. Una densa niebla asfixiante y opresiva ahogó a los seres vivos de más volumen.

Posteriormente, otros seres poblaron la Tierra y los humanos, muchos años después, llamaron secuoyas a aquellos árboles gigantescos que perduraron y se conservaron hasta nuestros días.

 

 

Antonio García Velasco

https://agvelasco.blogspot.com/

www.agvelasco.es

 

 

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