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Trastorno Bipolar


         Se escucha decir con cierta frecuencia “soy bipolar, eres bipolar” haciendo referencia a los cambios de humor, de opinión, de actitudes de las personas. Debemos tener en cuenta que el cambio es constante en nuestras vidas, en las personas, aunque no queramos. Cambia lo que acontece a nuestro alrededor y en nosotros mismos. No podemos ser los mismos con la pareja que con los amigos, los compañeros de trabajo o el jefe. Las diferentes circunstancias requieren que algunas veces seamos uno/a u otro/a. Influye lo que pasa alrededor  y lo que pasa en nosotros mismos. En muchas ocasiones incluso  vemos y   proyectamos en el otro algo que me pasa a mí.

En psicoanálisis no hablamos de personalidad como algo prefijado, sino a posiciones psíquicas, movimientos de la libido o energía psíquica. Cuando uno se acostumbra a un determinado comportamiento, a un movimiento libidinal determinado, hay dificultades por modificar esa posición. . La libido es la energía sexual, la que ponemos en los demás, en el amor, en el estudio, en todo lo que hacemos.   Hay una aforismo de Miguel Oscar Menassa que nos indica “si tolero no ser el que fui, puedo ser feliz”. Posiciones diferentes, tener cierta flexibilidad  va a permitir movernos mejor en la realidad. Es como cuando usamos nuestras articulaciones en los movimientos. Nos permite movernos mejor, gozar de otras posiciones. Cuando hay una única forma de hacer, ahí aparecen los problemas. Cuando se niega el cambio, se instala una problemática en la persona. Ese mecanismo normal, esta alternancia,  vemos que se pone de manifiesto de manera excesiva en el trastorno bipolar. 

         Sabemos desde la producción del Psicoanálisis de la mano de Sigmund Freud la comprensión y resolución de los trastornos psíquicos es otra. Antes del Psicoanálisis se hablaba de pacientes con degeneración orgánica. A lo que no se entendía se le llamaba “locura” o se etiquetaban en un conjunto de síntomas y se echaba en un saco roto.. O bien no se trataba de forma adecuada a los pacientes, e incluso se les trataba mal en hospicios, psiquiátricos, con técnicas aversivas (por ejemplo electroshocks, lobotomía), o había una sobreprotección y una desatribución de la implicación de la persona en lo que le pasaba, de manera que no se le hacía sujeto agente de sus padecimientos. No había una inteligencia de los síntomas.  Es decir, desde las leyes de la biología y desde la razón no tenían sentido, no había una explicación de cómo son las estructuras clínicas, por qué acontece la enfermedad a nivel psíquico, se reducía como si fuese un saco de procesos químicos y biológicos. Ahora sabemos que los síntomas tienen un significado y que tiene que ver con los procesos inconscientes  y con la dimensión de lo simbólico, lo significante en el lenguaje.

         El trastorno bipolar consiste en cambios alternativos entre un estado deprimido y otro maníaco. Coexisten en la personas estos dos estados, que se van alternando. Se trata de una posición psíquica posible de ser transformada.

         En el estado deprimido vemos que hay una pérdida de un objeto, que puede ser una persona, o algo que ni siquiera conoce la persona, como un ideal por ejemplo, algo que es simbólico para el sujeto. Tras esa  pérdida, hay una interiorización de la misma. La persona se identifica con  lo que perdió, de forma narcisista,  de manera que es como si su sombra cayera en su yo. Está totalmente inundado de ello. Hay tristeza por la pérdida y también autorreproches ( críticas hacia sí mismo) realizándolo de forma pública,  pero que en realidad esos reproches corresponden a lo que ha perdido. Están dirigidos hacia lo perdido, no hacia él o ella.  La depresión puede llevarle al suicidio, porque en esa identificación con lo perdido, es como si castigara a lo perdido por su abandono, haciéndolo en su yo. Hay una pérdida del interés por el mundo, se encuentra en un estado doloroso de apatía, falta de energía, fantasías de empobrecimiento, insomnio o sueño excesivo.

         En el periodo maniaco hay como una liberación de esa libido puesta sobre el yo. Todo ese castigo que se ha impuesto,  ahora esa energía está completamente fuera, hay una liberación, una euforia que compensa todo lo que ha sufrido.  Es un periodo de euforia donde toda esa energía psíquica retenida explosiona, se libera .  Se manifiesta por una alegría excesiva, grandiosidad, euforia, donde se siente invulnerable, emprende proyectos, todo de una forma desmedida, como si no hubiese límites. En la etapa de manía el yo y el ideal del yo se hallan confundidos, de manera que la persona está dominada por un sentimiento de triunfo y satisfacción, no perturbado por crítica alguna. Se siente libre de toda inhibición  y ajeno a reproches o remordimientos.

         Hay un juego de fuerzas alterno, cíclico, donde se combinan la depresión y la manía, ambas posiciones en la persona. En la posición depresiva  el superyó castiga al yo por haberlo abandonado y en la posición maníaca el yo se libera durante un tiempo. La forma en que el superyo o la conciencia moral trata al yo es que se hace riguroso, le riñe, humilla y maltrata al yo, le hace esperar los peores castigos y le reprocha actos pasados que en su hora fueron juzgados de manera benévola. Al cabo de un tiempo la crítica del superyo se acalla y el yo queda rehabilitado. En intervalos el yo se asume en una embriaguez, triunfa como si el superyo hubiera perdido toda fuerza o se hubiese confundido con el yo. Y el yo libertado y maniaco se permite la satisfacción de todos sus caprichos.

 Hay na confusión de los límites del yo y del superyo y un  desplazamiento de fuerzas entre los sistemas.

         Cuando una persona trae un diagnóstico de trastorno bipolar, cae  como una losa. Pero  los mecanismos psíquicos son los mismos en una persona sana que una persona enferma .  En psicoanálisis el diagnóstico es después, porque en el proceso psicoanalítico la persona va modificando sus posiciones psíquicas, y prescinde de la enfermedad para elaborar sus pérdidas y regula la disposición de su energía libidinal.  El psicoanálisis ofrece la oportunidad de acceder a otro concepto de salud y a resolver de maneras más adecuadas, atendiendo la verdadera inteligencia del trastorno  y sin iatrogenia  para el paciente. La cura tiene que ver con un proceso de transformación en la persona, como beneficio secundario al proceso psicoanalítico.

 

Laura López Psicoanalista Grupo Cero

www.lauralopezgarcia.com

 

 

 

 

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