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El Copo. Ley Trans


Nací seis meses antes que la Walter Kent del patriarca, mi padre, iniciara “el parte” con esta entradilla: “EAJ21 Radio Melilla, primera emisora española instalada en el Norte de África y primera alzada al Glorioso Movimiento Nacional”, o sea, ciento ochenta y tantos días antes del estallido de la incivil guerra española.

En otras palabras, he mamado en los pezones maternos leche de dolor y amargura, fui educado en el nacional-catolicismo por los Hermanos de la Salle. Fui descubriendo, con el paso del tiempo, gracias a Paulo Freire y su libro “Pedagogía del oprimido” y a las fotocopias de textos prohibidos que la libertad, ¡oh la libertad!, se vivía por otros lares.

Tuve la inmensa suerte y responsabilidad de ser testigo directo de la Constitución que, a la muerte del dictador, nos dimos los españoles en un acto único de superar odios irreconciliables amasados en las malditas “mesas de camilla”, donde las historias orales superaban, en acritud y odio, a las historias escritas.

He llegado a los 85 años de edad, según consta en mi irreversible DNI, y digo irreversible porque no tiene marcha atrás ni posibilidad alguna de renovación. Y a esta edad, que recomiendo si el “coco” está en condiciones de analizar situaciones, me he encontrado con la aprobación -por parte del gobierno de la nación, aún falta el filtro del Congreso- de la Ley Trans que, entre otros hechos, permite a una edad prudente, sin necesidad de jueces y médicos, elegir el sexo que “uno, una o une” desee conste en su DNI, tenga o no la “pilula” correspondiente.

Si un servidor pudiese, creo que iría a la comisaría de turno a solicitar un nuevo DNI en el que constara mi cambio de sexo, es lo último que me falta para colmar mi orgullo.

Dicen, los que saben de esto, que Carmen Calvo dimitirá por este descosido que le ha hecho Irene. 

 

NOTA: Este “copo” ha sido publicado en “El Faro de Málaga” y “La Opinión de Málaga”.

 

 

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