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El candidato mendicante, endeble


Si tuviera el eco de Ayuso, yo tampoco dedicaba un minuto a Iglesias y lo orearía sin fobia; así, con alguna omisión probable e involuntaria, voy a escrutar al personaje que suscita gran rebato a este país, según distintas capas sociales. Sin embargo, nunca lo consideré apocalíptico, ni por su fortaleza, ni por su inteligencia. Siempre he visto en él un individuo inestable, barroco; no ya por el discurso revuelto, incendiario, sino por lo retorcido del carácter y estilo. Sabidillo, sin pedigrí político, sin praxis preliminar más allá de alguna algarada juvenil que le añada un crédito aceptable, este aventurero llegó demasiado lejos inoculando quimeras, espejismo, a colectivos desarraigados y hambrientos de utopía y demagogia. “Cuanto más alto se sube, más grande es la caída” recuerda una certera sentencia popular. Tal vez crea ser, invadido por su egolatría, el ave Fénix impregnado de extraordinario poder de resiliencia. La realidad abate fantasías.

Cualquier hervidero retórico, ayuno de ejemplaridad y coherencia, a medio plazo instituye el eslabón roto en la cadena de fidelidad, de ilusión, provocando fugas irreversibles. Constituye ese peaje fatídico para quienes conforman multitudes sin convicción, adheridas a promesas virtuales o eslóganes extemporáneos, irrealizables. Sí, la argamasa adhesiva suena bien, seguramente pretende una consistencia excepcional, pero ocurre igual que aquella reflexión propia (greguería sin lustre), que se me ocurrió hace años, con el siguiente texto: “Este pegamento tiene una pega, que no pega”. Pudiera parecer nota destacada del candidato podemita a la Comunidad madrileña ante esa fanfarria de que se presenta para unir y superar el porcentaje mínimo puesto antes en cuestión. Desbancar a Isa Serra implica un narcisismo antifeminista obtuso, además de indigno insulto a ella, a los círculos desvencijados o desaparecidos y a los votantes.

Ignoro si es normal en las élites podemitas tanto ensoberbecimiento u ocasionan consulta médica diferenciada para extraer epílogos juiciosos, reconfortantes. No ha mucho, Irene Montero glosaba el inmenso esfuerzo personal invertido en conseguir el puesto que ocupa. Monedero, cofundador de Podemos, en su entrevista con el juez del caso Neurona, entre otras cosas, dijo: “Señoría, le hablo como académico”. Del líder máximo, ¡para que hablar! Revestirse de jactancia —aparte exceso insolidario que menoscaba la igualdad (base del ministerio ostentado por doña Irene) y rudimentos sociales pregonados por el resto— constituye una farsa rechazable. Lo evidente no necesita argumentos para desenmascarar tanta estupidez. Sigo sin comprender el porcentaje de voto que todavía atesora la patraña, aunque ajustemos el foco censor en una sociedad desorientada y necia. Por cierto, académico es acepción desusada que utiliza la fatua casta universitaria.

Sabemos, deberíamos saber, que esta caterva de desaprensivos muestra sobradas suturas para tener crédito todavía. Políticos —que ocupan el poder gracias a apoyos inmorales y medios bien pagados— blanquean, sin decoro, individuos y doctrinas contrarios a los intereses nacionales y al bienestar ciudadano. ¿Por qué unos y otros, aunque no siempre, apostillan diferencias entre derecha y extrema derecha mientras hablan solo de izquierda, incluyendo en ella a comunistas, CUP y Bildu? ¿Por qué solo se habla de fascismo y no de totalitarismo criminal, culpable de cien millones de muertos? ¿Conocen algún país comunista donde haya democracia? Busquemos (fuera de la elocuencia demagógica) algo mollar que llevarnos a la boca, alguna sustancia reconocible, exuberante de virtualidad cautivadora únicamente para bobos tras conocer obras y milagros del candidato.

Cierto que la campaña electoral acumula compromisos y promesas con intención de incumplirlos. Esto se considera algo rutinario, pero constituye una simulación corrupta de gigantescas proporciones. Sin embargo, no puede tolerarse el cinismo antiestético de que algunos hacen gala permanentemente. Iglesias inscribe su campaña —contra el talante injurioso, atrincherado, de rivales— en datos y propuestas empezando con esta frase: “Quiero impedir que estos delincuentes y criminales puedan tener todo el poder en Madrid”. ¿Necesitan más pruebas?; aquí nos vamos conociendo todos. Se lanzó al ruedo electoral, dice (desde mi punto de vista lo lanzaron), para evitar un desastre en la asamblea autonómica mientras asegura ganar las elecciones. Cabe recordar que en mil novecientos diecinueve, el veintiocho A obtuvo por Madrid un diputado más que el diez N. Igual que a Ícaro, su vuelo desmedido lo hunde al averno. 

Los políticos tienen antojos, no sentido común. Digo esto porque días atrás, Iglesias auguró que ganaría las elecciones con el argumento: “Nadie pensaba que sería vicepresidente del gobierno y lo soy”. Pablo (Iglesias) no sabe la diferencia entre “llegar a ser” —en donde el verbo principal es llegar— y “ser”. Él, solo ha llegado a ser vicepresidente segundo (encima segundón, caso aislado) del gobierno. Lo abandonan sus votantes, lo planta Errejón y hasta el bueno de Gabilondo manifiesta estar en las antípodas de “este Iglesias”. Después, todo seguirá igual porque ellos conformarán la oposición y ahí sobran cálculos poselectorales. En cualquier caso, un único candidato tiene el discurso frentista, fariseo, postizo. Pregunta sencilla, patente, ¿saben de quien se trata? Correcto, han acertado.

Ofrece a Madrid ese cambio seductor, engañoso, que finge retocar la ética, estética, instituciones y bienestar ciudadano. Su cínico proceder personal disfrutando placeres negados al común, decenas de policías guardando una integridad (a priori plena) y mansión al alcance de pocos, habilita al austero Errejón —verbigracia—merecer audiencia y voto. Asimismo, nula eficacia gubernamental si basamos el examen en quince meses de quehacer gubernativo. ¿Hay, por tanto, indicios de que su hipotética gobernanza resultara positiva para la Comunidad? Ninguno. Concluyendo. Cuando dice que gobernará Madrid para cambiarlo o vaticina que Yolanda Díaz será la próxima presidenta de España, una de dos: es un “chorra” (en Cuenca epíteto indefinido con extraordinaria carga peyorativa) o individuo fantasioso, extraviado, presunto paciente de psiquiatra.

Desmenucemos, para concluir, alguna de sus “cualidades” públicas. Procedente de una élite endogámica universitaria, ha proclamado orgulloso ser comunista; es decir, partidario de Lenin, Stalin, Castro y —con emotiva reiteración, casi pasión ciega—Chávez. Ninguno sirve de referencia democrática, salvo que lleve el remoquete “popular” con mucha peor nota que aquella lejana apodada “orgánica”. Su gestión, si fuera decisiva, traería miseria y sometimiento. Representa una paradoja irreductible e incoherente. Se desgañita proclamando el derecho constitucional a una vivienda digna, sin mencionar el mismo derecho al trabajo o ceder a tal fin alguna de sus propiedades, varias según detallan. Entro otros muchos, un dato clarificador y ofensivo: Irene Montero gasta veinte mil euros en maquillaje y peluquería para mejorar su imagen. Delirante. No va más.

 

 

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