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Contusiones


Iba en el caballo negro y sofocante de sus pensamientos acongojados. No se dio cuenta de la piedra suelta y cayó por la pendiente, rodando hasta pararse sobre un regolito o depósito de detritus rocosos. Se notaba las magulladuras producidas por los roces con las piedras del suelo. El verderón de una planta llamó su dolorosa atención. Elevó la mirada hacia la fronda de un árbol gigantesco que se le antojó un dragón que iba a devorarla. Intentó levantarse y no pudo. Un pajarraco negro cruzó en aquel momento y sus excrementos se estamparon sobre su cara.

—¡Lo que me faltaba! —exclamó tratando de limpiarse y asqueando el gesto y la agitación de las manos.

Llegaron, por fin, sus compañeras de excursión y le prestaron ayuda. Regresaron al lugar donde habían montado las tiendas antes de subir al cerro.

—Yo no estoy para dormir en el suelo metida en un saco —anunció—. Pero no quiero estropearos los planes. ¿Cómo podría regresar a casa?

—Si te tienes que ir, nos vamos todas contigo.

Y no se habló más. Recogieron los bártulos, los cargaron en el coche y emprendieron la vuelta a la ciudad.

—De verdad que lo siento —dijo la contusionada.

—¿Te llevamos al hospital?

—Creo que no hace falta. Cuando descanse esta noche, me encontraré mejor.

—¿Nos quedamos alguna contigo?

—Oh, no, bastante os he fastidiado ya.

Se esperó hasta que el coche de sus amigas hubo desaparecido. Entró en el portal de la casa. Subió a su piso. Se encontró a su novio esperándola.

—Te dije que no quería volver a verte —le reprochó ella— ¿Por qué has venido? ¿Qué es lo que no has entendido cuando te dije que no quería volver a verte?

—Quiero estar contigo.

—¡Vete!

—Escúchame, mujer. Perdóname. Deja que me quede contigo.

—Te lo dije bien claro: no quiero verte más.

Él se acercó con intención de agarrarle la mano. Ella lo rechazó y volvió a insistir en que se marchara.

—Te denuncio por acoso como no te vayas —amenazó ella.

—No te atreverás. Sé que me deseas tanto como yo a ti —se le enfrentó él, riendo, como si no fuese el primer intento de ruptura.

Y ella, en silencio, recogió su bolso y las llaves, se salió a la calle sin escuchar las llamadas del hombre, paró un taxi y se fue a urgencias. El médico certificó los numerosos hematomas que marcaban su cuerpo. Con aquel certificado se fue a la policía.

 

 

 

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