Y ahora, justo en este momento fatal para “la ciudad que todo lo acoge”, Málaga, nos llega la ministra de Turismo, Reyes Maroto, para decirnos que en el momentito que llegue Semana Santa podríamos, si todo sigue según las previsiones actuales, embarcarnos en algún viajecito turístico.
Y es que en Málaga, capital de la Costa del Sol, y avanzadilla del oleaje turístico en tiempos de bonanza, se va a decretar el próximo miércoles el cierre de todas las actividades no esenciales por haber superado en ocho personas la frontera de la “nueva normalidad”, o sea: convivir con “mil apestados”.
Desde que el Jefe Supremo, señor Sánchez, soltara aquello de “hemos vencido al virus” y el personal, crédulo él, marchase a las playas con un bronceador como pan debajo del brazo, no se había escuchado barbaridad más grande.
Lo único bueno de todo este guirigay que se traen entre manos los califas autonómicos y el sultán de La Moncloa es que, gracias a sus incongruencias, el cuerpo del ciudadano se va moldeando a tan ineficaz formar de llevar esta guerra a muerte con el “el bicho de marras” y, quiérase o no, nos vamos convirtiendo cada día que pasa un poquitín más al “pasotismo”, esa magnífica costumbre de encogerse de hombros ante cualquier calamidad que se nos venga encima.
Lo mejor, aunque nos duela un poquitín más, es que nos confinen de una puñetera vez, ya que pasear por pasear sin una cerveza que llevarse a la boca y sin posibilidad de mantener una amable conversación con alguien, a no ser que vayas provisto de una buena cinta métrica, es más aburrido que escuchar el lamento continuo de Elías Bendodo en sus continuas quejillas de “na” al presidente del gobierno de España.
Venga amigos, a ser buenos, portarse bien, obedecer al jefe, verlas venir, dejarlas pasar y suerte, mucha suerte.
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