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La estridencia de Ana Ciruele


Tuvo la inverecundia, desvergüenza y desfachatez de poner a la reventa las entradas que su hermana, la actriz Ana Ciruele, le había regalado para que llevara a su mujer, hijos y suegra a verla actuar en los escenarios.

—Allí estaremos —afirmó cuando Ana le entregó los tiques, tras abrazarlo.

Cuando ella salió a escena y se percató de que los asientos reservados para sus familiares estaban ocupados por espectadores extraños, gritó en estridencia: "¡Maldito hermano!", desconcertando al resto de los actores que no se explicaban aquella morcilla y, en consecuencia, no sabían cómo responder.

La profesionalidad de Ana salvó la situación, enlazando su incontrolada maldición con el parlamento exigido por el guion de la obra teatral.

 —¿Qué pasó, Ana? —le preguntó el director.

—Mi hermano me ha jugado de nuevo una mala pasada. ¡Cualquiera sabe en qué habrá gastado el dinero de la reventa de entradas!

—¿Tan desconsiderado es?

—La culpa es mía por no haber llamado a mi cuñada.

—No te preocupes, salvaste la escena, has estado magnífica y ha sido un éxito.

—Gracias.

El hermano se excusó por teléfono diciendo que le habían robado las entradas, que por nada del mundo se hubiese perdido una actuación de ella, su querida hermana.

Ella sólo dijo: "Ya habrá otra ocasión" y para su interior: "¡Cínico!"

 

 

 

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