“Y dijo Dios: ¡hágase la luz!... y la luz se hizo!”. Esta hermosa, contundente y bella frase -poética y bíblica- se lee en el Antiguo Testamento.
Por ilógica es difícil de creer en ella, pero si nada más creemos en lo lógico estamos abocados a poner nuestra fe lejos del alcance del amor, otro milagro extraño a la realidad que vivimos hoy en día.
Lo que se entiende hoy por luz, corriente eléctrica, es tema de espabilados especuladores, mediocres políticos y facturas más difíciles de entender que aquellos logaritmos neperianos que nos traían de cabeza permanentemente.
La LUZ se dio gratis, pero sus sucedáneos cuestan lo suyo porque sus hilos, nunca mejor dicho, están manejados por grandes empresas que nada más entienden de la acumulación de riquezas a costa de las necesidades primarias del paciente pueblo que espera milagros que no existen.
Y a más frío, más consumo y, por tanto, mayor coste. Así que si tienes las manos heladas no tienes más solución que frotártelas constantemente o sabañones al canto.
Pobres niños pobres, arracimados entre sí para calentarse los unos a los otros. Extrañas siluetas en las paredes dejan constancia de figuras interpuestas entre quinqués y dedos jugando con sombras proyectadas.
Recuerdo aquel maestro escuela, que allá por Afra, encendía la tea de un quinqué que iluminaba, entre sombra de pavor, las extrañas figuras que su mente creaba.
Hoy a los pobres los machacan por darle al clic del interruptor para que se haga la luz con minúsculas, hoy se mutilan los derechos humanos, hoy la desigualdad entre personas alcanza espacios infinitos.
Y esto ocurre hoy, y también pasará mañana, mientras un gobierno que se declara progresista es incapaz de recortar dividendos de los grandes “matarifes” de la igualdad.
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