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El Copo. Entre olas


Este año, el que se nos va, ha transcurrido entre un mar con fuerte oleaje que, en ocasiones, ha conseguido zozobrar nuestras vidas al tiempo que otras han desaparecido mar adentro.

         Esencialmente han existido dos olas de fuerte calado; la primera se inició durante el ya lejano mes de marzo y la segunda con los calores de agosto.

         Navegamos en la cresta de una incipiente tercera ola que amenaza, según estadísticas, con más fuerza de levante que las dos anteriores, aunque según nos indican los que saben de estas “tormentas”, han emergido unas boyas, “vacunas”, a las que poder aferrarnos para que no seamos testigos oculares del misterioso fondo de los mares, al menos mientras dure este sinvivir que padecemos.

         Para salvarse de una ola lo mejor, según nos dice la experiencia, es no ponerse frente a ella o darle la espalda, sino sumergirse y esperar a que pase la inmensa masa de agua, o sea: confinarnos.

         Es lo que hicimos la gran mayoría de personas desde que vislumbramos que era prácticamente imposible hacer frente a semejante amenaza: recluirnos los más ancianos en nuestras casas, salir a calle lo imprescindible, comprar lindos guantes azules, usar mascarillas, dejar de besar, reír, cantar y mantener una distancia prudente con los seres que nos rodean tal como nos aconsejaban-ordenaban las autoridades competentes; las que hoy, por cierto, marchan a otras aventuras.

Quiero creer que esta nueva andadura temporal -marcada por los dígitos 2, 0,2 y 1- no calmará la “mar de fondo”, peligrosa por cierto, pero sabremos responder con responsabilidad a la incertidumbre de nuestra soledad.

 

 

 

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