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Poquitos chistes y menos bromas


Fue la frase literal que expelió el ministro de sanidad, señor Illa, respecto a la tan traída y llevada vacuna. Tras nueve meses —chapuceros, bochornosos— de pandemia, su reproche me parece provocativo e intolerable. Enseguida se me hizo presente el dicho popular “los pájaros (no vean mala intención) tiran a las escopetas”. Cierto que el personal arrastra muchas dudas sobre su eficacia y, sobre todo, seguridad. Tanta prisa, asimismo confusión, con que se tramitan las vacunas, aun periferias, empuja a imaginarse uno víctima de cualquier alteración física o psíquica. No es para menos tras oír a expertos que la vacuna, contraria a modelos clásicos de introducir agentes poco activos para obtener una inmunidad natural, se fundamenta en alterar el ADN humano —cuya estructura es parecida a la del SARS-CoV-2, virus responsable de la pandemia— para lograr una inmunidad imprecisa; victoria extraña y poco inteligible.

Afirmo rotundamente que es la sociedad quien debe manifestar al gobierno, o sea, a Pedro Sánchez —tal vez a Iglesias— el epígrafe que corona estos párrafos. Además, sin proponérselo, el ministro de sanidad interpreta en su exhortación lo que ha de hacer (y todavía no ha hecho) este gobierno con nulo apego democrático. Dice el presidente, garabateando un etéreo y petulante “¿quién da más?”, que desde enero a marzo habrá veinte millones de españoles vacunados, completando el total cuando termine la canícula. Pese a ser experto lenguaraz, de ofrecer una pirueta innoble y torpe farsa, acumula un desvarío más tras ese escaparate ya navideño, pero sin adornos ni villancicos. A pelo, como aquella bella joven que montaba a caballo en el viejo spot de coñac.

Iglesias —vicepresidente segundo, al menos— parece hacer tentativas en el “Club de la Comedia” cuando expresa impasible el ademán: “La derecha está fuera del Estado por ser incapaz de pactar con el separatismo”. ¿Es o no un chiste buenísimo expulsar del Estado a tres partidos que representan a diez millones de españoles e inducir a que entren tres o cuatro partidos independentistas cuyos representados son dos millones escasos? Añade, con estilo parecido, que “se le está agotando la paciencia” con el CGPJ. Que diga esto el líder de una piñata con tres millones de votantes, no es chiste pequeñín, constituye un sarcasmo irrisorio. Deduzco su nulo desasosiego si advertimos la insolencia que exhibe desde las primeras castañas. Ahora, en otro rapto de soberbia quiere encarcelar al individuo, epígono del “jarabe democrático”, que le llamó “garrapata”; fisiológicamente chupador de sangre y, por tanto, afable e ingenua metáfora política.

Por necesidades del guion, Salvador Illa —ministro de sanidad y filósofo— lleva meses subido al candelero con semblante sereno, estoico, salvo una ocasión en que descompuso continente y contenido. Nueve por ahora, cual parto humano, sin que todavía haya parido algo eficaz, preciso. Camina a saltos yenkeros (adelante y atrás, como imponía La yenka de mis años mozos) sin despeinarse y sin decir verdad alguna. Si Habermas lo hubiera conocido habría sido su modelo icónico cuando dijo:”Los filósofos no siempre sirven para algo; a veces son útiles, y a veces no lo son”. Sin embargo, pecaríamos de injustos si se le ignorara la cobertura, junto a Simón de parecido rendimiento, suministrada a Sánchez, irresponsable, nulo e inepto total. Dolores Delgado, fiscal general del Estado, otro blindaje, tiene bloqueadas, presuntamente, decenas de querellas por supuesta negligencia con las muertes ocurridas durante la pandemia.

Me sorprende, y a millones de españoles, que la minoría opositora en pleno no denuncie con firme insistencia esa permanente actitud insidiosa del gobierno. Cuando se inició la pandemia, contra los consejos de la OMS (que tampoco es moco de pavo cuanto a solvencia y credibilidad se refiere), Simón, Illa y Sánchez conformaron el pensamiento tríadico con estructura típica: inferior-medio-superior para decir y hacer lo que está presente en la memoria común, especialmente en aquella de quienes perdieron algún ser querido. Fijaron una triada de movilización política, casi revolucionaria: serenidad, confinamiento salvaje y éxito explosivo de Sánchez. “Hemos vencido al virus”, dijo ignoro si utilizando el plural lingüístico o mayestático. Luego, los registros lo tornaron a la realidad, revelaron su mentira escandalosa y se recluyó en suntuosos lugares palatinos.

Escapa al sentido común que España se deje comer el terreno por un escaso dieciséis por ciento, si sumamos a Podemos, ERC, Bildu, PNV JxCat, Más País y grupúsculos sin entidad; bien es verdad que bajo el infausto y culpable apoyo del PSOE. La falta de discurso vigoroso, incisivo, atribuible a PP y Ciudadanos, queda relevado sobradamente por uno bastado e insólito de Podemos, ERC y Bildu que proyecta marcar las reglas de juego en el ámbito nacional. Me gustaría conocer la opinión del ministro de sanidad sobre este marco inobjetable, ¿chiste o broma? ¡Vaya, vaya, con el filósofo de semblanza cínica! Desconozco —pues tengo el oráculo en ERTE— qué hará Sánchez cuando sean aprobados los Presupuestos. Sospecho, dada su naturaleza artera, que desmentirá a aquellos ministros cuya misión publicitaria les hace asegurar que “meterá en cintura” a los rebeldes. ¡Loor a La Moncloa!

Nadie cuestiona ya, ni dentro ni fuera, que este gobierno va a la deriva desde sus primeros pasos. Institucional, sanitaria, social y económicamente da bandazos dañinos reivindicando con descaro reprobable un carácter de normalidad. ¿Es normal, entre otras extravagancias inadmisibles en países de nuestro entorno, que Izquierda Unida exija a España y a la UE que reconozcan los resultados electorales en Venezuela con el prodigioso argumento de que se han cumplido todas las leyes y estándares democráticos? No en balde, Zapatero fue el político más genuino de los observadores internacionales. Señalo, al efecto, una anécdota particular como paradigma de respuesta social. Un año, en las fiestas de mi pueblo, quedamos campeones de dominó Julián (tristemente fallecido por coronavirus) bastante mal jugador y yo, relativamente bueno. Todo el mundo, sin excepción, dijo: “Si han ganado ellos, ¿cómo serán los subcampeones?”. Piensen.

Finiquita el año sometidos a un gobierno que ha hecho de la mentira regla y principio. Maldecimos el año dos mil veinte porque ha venido huérfano pleno. Sin embargo, el venidero llega cargado de incógnitas económicas, políticas y sanitarias. ¿Tragará Europa, al final, unos presupuestos delirantes e iniciará las ayudas salvadoras, sobre todo del gobierno? ¿Será Sánchez capaz de responder adecuadamente a los requerimientos que le exigirán Podemos, ERC y Bildu? ¿Qué joven va a vacunarse cuando se entere de que las vacunas conocidas en ciernes son manipulaciones inciertas sobre el ARN emisor que afecta al ADN replicador? Entre por qué no medicamentos y sí vacunas hay demasiadas preguntas. Es el ciudadano quien debiera decir a Illa, y resto de incompetentes: “Poquitos chistes y menos bromas”.

 

 

 

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