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El Copo. Pa lo que hay que ver


Yo tengo incrustada en mis retinas el rostro de mi “pastora”, la dulzura de mi hija, las risas de mis nietas, las danzas de aquel perro pastor alemán que murió, los ojos de los chihuahuas, el felino y suave andar de Coco y Kiwi, la brisa del amanecer, la caída triste y hermosa del astrosol, la maravillosa eucaristía que celebré en la duna en íntima soledad y aquella gaviota roja que posó su vuelo en mi sandalia.

         Sueño con todo aquello cuando me apetece, y consigo que ese ensoñamiento se convierta en realidad que percibo con mis cinco sentidos, o con cuatro si fuera menester.

         Ese universo anterior y el micro mundo que se mueve alrededor del pequeño bar “Gran Vía” forman parte esencial de mi vida, a la que uno de vez en cuando la lectura del “desasosiego” de mi amigo Fernando Pessoa.

         Relato lo anterior porque ayer visité a un oftalmólogo en el Hospital “Angel”, sito en esta “ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia”.

         La causa de ello es debida a una especie de neblina que, de vez en cuando, rodea el arco de mi visión.

         El dictamen, además de una débil catarata que contrataca y que será operada en breve tiempo, es un glaucoma terminal que no tiene operación posible y que cualquier día puede conducirme a la oscuridad física, pero nunca a la muerte de la imaginación.

         Algo más que introducir en la mochila que todos llevamos a cuesta, aunque bien pensado “pa lo que hay que ver” viene a dar casi igual.

         Besos.

 

 

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