Cuando el astroSol amaga con retirarse más allá del monte, Ayamonte, inicio el vano proceso de reconstrucción física; recojo con mimo el mítico cayado y acompañado de mi hija -mi sombra- y los chihuahuas Rambo y Gin inicio un paseo que, largo o corto, me parece interminable.
La sombra, aunque tenue, va alargándose y haciéndose dueña de la noche que avisa con asentarse para aliviar los estragos de la canícula.
¿Vas bien?, soy requerido una y otra vez. Asiento con un sí modulado con la cabeza y prosigo mi camino para ver la forma de aumentar algo la musculatura de las piernas e intentar corregir el dolor de espalda que esparce su influencia por la cintura.
Lo que debía ser un apacible paseo se convierte, poco a poco, en un rosario de lamentos internos que intento vencer con el vocablo griego “ultreya”, más allá, que repito internamente una y otra vez hasta que llega a convertirse en un arma que fortalece mi espíritu.
El caminito construido por el ayuntamiento es una auténtica maravilla ya que une las localidades de La Antilla e Islantilla, pero es unipersonal aunque a su vera existen dos pistas para corredores.
Estaba yo a lo mío, o sea, intentando que el trípode funcionara perfectamente, alcé la cabeza y la vi a unos diez metros. No tendría más de sesenta años, y antes de que yo iniciara el proceso de dejarle paso, ella había iniciado el distanciamiento del pasillo al tiempo que decía: “Pase, señor”.
Y lo hice, al tiempo que descubrí mi ancianidad con un escueto: “Gracias”.
Me sentí feliz sabiendo que ya no soy el que fui.
manuel montes MONTES CLERIES
La ancianidad es lo único que se adquiere a base de años