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El Copo. El eco permanente


Creímos o nos hicieron creer que el verano sería una estación donde la covid-19 nos dejaría relajados durante su transcurso, pero por lo que leo entrelíneas, escucho en sus matorrales televisivos y palpo en mis escasas conversaciones con el personal circundante a dos metros de distancia parece que se encuentra vivita, coleando y con deseos de seguir dándonos la matraca día a día.

         El personal, ese conjunto de seres humanos del que formamos parte, gusta de reír, brindar y revolcarse juntos, no digamos si es en pareja y más con la gran diversidad de colleras que existen hoy para todos los gustos, exquisitos o no.

         Pues bien, ese placer de magrearnos, de escuchar en el mismísimo tímpano el placer de una confidencia, de brindar cruzando los brazos y vertiendo el contenido de unas frescas cervezas ha desaparecido del mapa actual de la convivencia, de vivir con él o con ella o con quien me dé la real gana.

         Y además si te pasa de rosca te llaman insensato y viene el guardia de la porra y te clava cien pavos por respirar un poquito mejor.

         Este eco permanente de enaltecer la prudencia hasta alcanzar hitos de idiotez suprema nos convierte en tarados.

         Somos lo que nos dejan de ser, un ejército obediente a las órdenes supremas del político de turno al que debemos, para más inri, estar agradecido porque cuida de nosotros para que disfrutemos esta “nueva realidad” del acojonamiento supremo.

         Soy algo cabroncete porque -aunque escribo estas locuras- me endoso a diario el bozal.

         Es por ello que, hoy por hoy, la libertad es escribir.

 

 

 

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