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La otra mirada. Los robagallinas


Imagínense que un ciudadano cualquiera, además de cazar elefantes, se dedicara a cazar comisiones provenientes del tráfico internacional de influencias.

Imagínense que un ciudadano cualquiera decidiera guardar, a buen recaudo, esas mordidas en paraísos fiscales, a través de sofisticados entramados de ingeniería crematística-tributaria, buscando la opacidad en vez de la transparencia.

Imagínense que un ciudadano cualquiera decidiera con esa, más que dudosa praxis, no pagar los impuestos derivados de la filibustería ni informar a las autoridades fiscales de su patrimonio oculto en el extranjero.

Imagínense que un ciudadano cualquiera se hubiera servido de barraganas, testaferros y abogados bucaneros, construyendo, “ad hoc”, un chiringuito financiero con ramificaciones en Suiza, Panamá o Las Bahamas, para eludir, por el morro, sus obligaciones tributarias de buen patriota.

Imagínense que estuviésemos hablando, para ir abriendo boca, de más de cien millones de euros, birlados al Fisco y que esta fuera, posiblemente, la punta del iceberg.

Imagínense, por un instante, qué le ocurriría a ese ciudadano cualquiera si lo pescasen “in fraganti” los servicios de la Inspección Tributaria y se le echara encima la Fiscalía, la UDEF o la UDICO.

Ahora, imagínense (y esto es solo un juego, fruto de su imaginación) que en vez de un ciudadano cualquiera, esto mismo lo hubiera cometido, presuntamente, un Rey constitucional.

¿Entienden ahora por qué dijo, hace unos años, Carlos Lesmes (presidente del Consejo General del Poder Judicial) que la Ley estaba pensada para los robagallinas?

 

 

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