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El Copo. Yo me quedo en casa


Tras cien días de confinamiento un servidor ha decidido quedarse en casa y salir de ella con los pies por delante, ya saben.

         En esta cabaña tengo de todo: amor, cariño, gatos, tele, bebidas de todo género, radio, libros, cayado y por la tarde un sol radiante que sí se pone pegajoso le aplico algo de aire acondicionado.

         No me molesten, por favor, con salidas bienintencionadas que tienden a ir embozados y con cinta métrica incorporada para tomar la medida al salto del covid-19.

         Ahora, de repente, como si no hubiese pasado nada el ex Alto Mando ha abierto las fronteras de par en par para que millones de musulmanes celebren la “fiesta del cordero” previo paso por Algeciras y Tarifa, y cientos de miles de franchutes, teutones, macarronis, etc., descabalguen por nuestros aeropuertos, sean o no asintomáticos, previa toma de sus temperaturas corporales.

         Ya ven lo fácil que se lo han puesto al potencial turístico, se toman uno o dos paracetamoles previamente y quedan como “Dios”.

         En el anochecer, bendito tiempo para pecadores, romperé el ritmo de la brújula y marcharé al encuentro de mi sombra alargada a la que por cierto jamás alcanzo pues queda a dos metros de distancia; en ese querer fundirme con ella para siempre se basa toda mi futura vida.

         Verán que -tras un largo silencio de “copos”- vuelvo ligero de palabras y siendo el que soñé siempre ser: Juan el de Cartajima, el del pucherete y Pessoa.

         ¡Oh Fernando y tu divina absenta!

 

 

 

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