Me llamaron para tomar unas copas, pero un servidor ya no está para esos menesteres; lo mío, por ahora, es llorar hasta que descubra la “nueva realidad” que me espera.
Estaba extraño, tanto lo estaba que recogí mis ojos y los volví hacia mi interior y comprobé que estaba triste.
Y es que en estos últimos días llego felizmente en mi tristeza a descubrir que no soy de este mundo, de esta sociedad, de esta bazofia, de esta mentira y tumulto de vanidades y egoísmos, de este no ser y aparentar que se es, de esta plaga de masturbaciones mutuas donde siempre hay que estar sobando el lomo de todo el que se acerca a ti.
Y viéndolo todo tan claro y turbio me fui retirando en el interior de un vidrio, donde un rojo rioja me llamaba a destilar en él toda la bilis de mentiras que yo mismo había ingerido durante el proceso de querer parecer ser de este mundo y que ahora, después de lo que me costó la primera transformación, me aboca a ser otro diferente.
Y tomé una copa y otra, y otra más de líquido amarillo y, con mis ojos vueltos hacia dentro, introduje mis dedos por el interior de la cueva de las falsedades y arranqué un vómito ennegrecido de pétreas esquirlas de apariencias.
Alguna lágrima derramó su dolor y me sentí mejor, o sea: más yo.
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