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El Copo. “Qué rollazo”, por no decir “qué coñazo”


Solicito perdón a mis numerosas amigas por el que podía haber sido el segundo titular de este “santo copo”, aunque añado como defensa que dicha palabreja sigue vigente en el diccionario de la RAE y creo que, según mi entender y saber, ya debe ser eliminado del mismo.

Aclarado lo anterior, es mi deseo proclamar a los cinco vientos que estoy hasta los “mismísimos” de aguantar a mis 84 años el seguir escuchando, como fondo de todas mis conversaciones con otros, el trágico sonsonete de nuestra/vuestra guerra civil como denominador común, inmutable y perecedero que cruelmente me persigue desde 1936… y ya han pasado justamente los años que tengo de existencia.

Observen que nací en ese trágico año, aunque seis meses ante que a mis paisanos les diera por matarse entre ellos; así que durante el primer semestre de mi vida mamé leche “republicana”, me tiré dos años succionando la leche de la incivil guerra, mamá ya descansó de mis mamadas, y fui educado como cualquier hijo de vecino en el nacional catolicismo en un colegio de La Salle.

Pasé de maestro escuela un par de años por kábilas del “Protectorado” de España en Marruecos; mis ojos empezaron a abrirse en la Península, Dos Hermanas, cuando supe de maestros represaliados por los llamados nacionales; compré libros fotocopiados, limpié legañas e introduje mis “pezuñas” en los dichos y hechos que se contaban de un tal Jesús de Nazaret.

Me casé, nos casamos, tuve y tengo una santa hija, dos nietas a las que adorar y un grupete de amigos que se largaron con viento fresco a la primera de cambio; fue por ello que adopté a otros con los que paso el tiempo bobo de la vejez a la que, forzosamente, he tenido que incorporar un cayado capaz de mantenerme de pie.

Voté la Constitución del 78 en el interior de hemiciclo y una amnistía general para azules y rojos salpicados todos por delitos de sangre; las cárceles se abrieron de par en par… pero aquello no fue suficiente porque el odio, ¡oh el odio!, sigue vivito y coleando gracias a las historias contadas por unos y otros.

Y aquí me tienen sintiendo como la parca se avecina y que, aunque sigo vivo, observo a una sociedad muerta -al tiempo que regocijada- malviviendo todavía en el odio entre hermanos.

Y ya no puedo más, no aguanto más y me da pena esta España que se recrea en la muerte como único acicate de su vida.

 

 

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