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El triunfo de los pueblos


La deshumanización, que reina en demasiados individuos, es la que les impide a estos desnudar su mente ante el espejo del presente para encontrarse con su auténtico “yo” sin amos. Esa deshumanización personal está llena a rebosar de naufragios y miedos, de gritos que espantan y de hierbas secas, arruinadas, que nos vuelven la cara como las tribus de la noche que marcharon por el camino del enfrentamiento y del fracaso. Algunos quisieran cambiar sus tácticas y estrategias, y salir a esos mundos agarrados unos a otros por los nuevos sarmientos, pero a pesar de ello, siempre tienen una excusa en los labios para evitar mirarse directamente a los ojos. Aquel que haga acopio de negativismo, en gavillas uncidos, para distribuirlas por su sangre y su mente entorpecerá que las ideas propias y ajenas lleguen a completarse, que la vida de quien se asoma a sus ojos insomnes franquee la puerta de sus pasos, que el horizonte que deseamos alcanzar se aleje cada día más y continúe ocultándonos los cantos de prosperidad de violines y bignonias.

Solo cuando entre los hombres, aunque caminen por veredas distintas, exista un verdadero entendimiento para lograr objetivos comunes, para alcanzar metas anheladas por ellos mismos, la victoria sobre la adversidad, venga de donde venga, estará asegurada. Para ello, debemos vigilar, con sumo celo, que no obstaculicen nuestra marcha por la vía del diálogo, de la comprensión, de la generosidad... aquellos seres humanos que son como los nenúfares: siempre inmóviles en la superficie de aguas estancadas. Nunca jamás debemos olvidar que la palabra sin púas, sin secretismos, sin sombras... abre e identifica caminos, amaina tempestades y proporciona vida y esperanzas de futuro venturoso.

A veces reflexionamos sobre cómo la vida actual, capitalista al cien por cien, se ha convertido para muchos ciudadanos del mundo, si no aman al dinero sobre todas las cosas, en un callejón sin salida, en un pozo de una profundidad incalculable, en murallas y más murallas infranqueables. Difícil lo tienen aquellos que no se incrustan en la propia trama de la vida para protagonizarla e iluminarla, mejorarla y engrandecerla, proporcionándole interlocución y justicia y progreso desde el estrato de la sociedad en el que cada uno se halle.

Y de los que no están de acuerdo con el rumbo que le quieren imponer a ciertas naciones del mundo, pero por comodidad, o conformismo, o desidia, o cobardía, o ignorancia... se mantienen al margen de los problemas sin resolver o pésimamente “parcheados” que tienen actualmente dichos países, es mejor no expresar nada sobre ellos. ¿Qué se les puede decir a estas personas? Nadie convence a nadie. El convencimiento ha de surgir de dentro, gracias a la firmeza de nuestro autodominio, a la objetividad de nuestra actividad mental, a los efectos que de esta fluyen para beneficio de la inmensa mayoría de los humanos. Sin embargo, estas personas están obligadas a saber cuáles son sus derechos y sus deberes como ciudadanos, así como los compromisos políticos-sociales que se derivan de los mismos.

El hombre es conocedor de que más allá de los intereses personales y partidistas de determinados políticos late el triunfo de las sociedades, de los pueblos que, al fin y al cabo, es quien les confía o les retira el poder a sus gobernantes.

 

 

 

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