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Realidades


¿No hay políticos de altos vuelos en cualquier país del orbe que protagonicen noticias consideradas como buenas, incluso como óptimas? Si los hay, están en minoría. ¿Por qué la mayoría de los individuos, que dirige las políticas o que se encuentra en los campos de la oposición, actúa y se expresa diariamente de tal forma que sus actividades y manifestaciones están repletas de afrentas e inquinas, vilezas y ultrajes…, por lo que nunca jamás benefician a la sociedad? ¿No son conscientes estas personas del daño que, constantemente, les están ocasionando a los ciudadanos que se ganan el pan de cada día con el sudor de su vida? ¿Adónde intentan llevarnos estos políticos amantes y practicantes del insulto y las descalificaciones, de los silencios y las falsedades...? ¿Qué entienden ellos por democracia, cuando casi todos hacen oídos sordos al pueblo que los vota y al que no les dan su confianza? Ante estas cuestiones, recuerdo que hay un antiquísimo dicho en la cultura romaní que dice que “entre gitanos no existe la buenaventura”.

Asimismo, podemos confirmar que ciertos políticos no conocen la dignidad, ni la vergüenza, ni la transparencia... Solo palpita en ellos el materialismo en su más pura esencia, en su crudeza más sobresaliente. Que hay que machacar los Derechos Humanos, se machacan; que hay que apoyar las políticas de determinados dictadores genocidas, se apoyan; que hay que engañar al pueblo, se le engaña; que hay que ocultar a la sociedad algún error o torpeza, se le oculta... Y todos, me refiero a esos políticos, tan sumamente satisfechos, “políticos, refiere Friedrich Nietzsche, que dividen la humanidad en dos clases: los instrumentos y los enemigos”.

Ciertamente, la persona que piensa hasta lo más hondo que le es posible y sin cargas de ningún tipo, impuestas, sobre temas en los que se percibe la lucha siempre injusta del hombre poderoso contra el hombre de base, impotente, desasosegado, ninguneado..., y plasma en un papel aquello sobre lo que ha discernido, se siente señor de sí mismo, a pesar de todos los pesares, de todas las complicaciones, de todo lo más seco, la sequedad de la insensibilidad. A estas personas, que son invendibles, los sabuesos de turno intentan marginarlas, obviarlas, triturarlas, pero no logran el más mínimo éxito en su constante afán por acallarlas.

¿Cuándo actuarán los políticos, digna y exclusivamente, para acrecentar y generalizar el bienestar del pueblo que gobiernan? ¿Cuándo nos dejarán practicar el arte de vivir en su máxima expresión? ¿Cuándo será consciente esa mayoría de dirigentes que “en la política, dice Edward Kennedy, es como en las matemáticas: “todo lo que no es totalmente correcto, está mal”?        

 

 

 

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