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Vivir con calidad de vida


En los países más desarrollados del mundo y en determinadas naciones emergentes, se llevan a cabo, en la actualidad, estudios de investigación para aumentar la esperanza de vida en el ser humano, incluso se escribe y se habla ya de que nuestros hijos podrían no morir jamás (longevidad radical) (?), gracias a los avances de la medicina regenerativa, de la investigación genética y la biotecnología.

Es evidente que los progresos científicos son una realidad en movimiento constante y en avance continuo, pero aún la ciencia se halla en el estrato base de la pirámide poblacional. La labor científica es actualmente un óvulo no fecundado o un simple espermatozoide, que puede o no fecundar en lo referente al proceso de la propia vida y sus condicionantes. El científico es consciente de que cualquier ser vivo nace, crece o se desarrolla y muere. Por consiguiente, si se lograra evitar esto último, no creo en su consecución, sería ir contra las leyes de la naturaleza no legisladas por el hombre.

Ciertamente, se adelanta en las investigaciones del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares, de la diabetes, del Parkinson, del Alzheimer, etc., pero la etiología primigenia de todas las patologías que pueden, en la actualidad, causar la muerte a una persona están en estudio preliminar. Puede que los niños de hoy, refieren ciertos científicos, sean testigos del final de estas enfermedades. Por ello, podrían vivir hasta los 150 años o más. Sin embargo, los científicos se abstienen de hablar y escribir sobre la posible aparición de nuevas patologías letales. Desde el punto de vista científico, las dos primeras muestras fiables del sida o VIH (virus de inmunodeficiencia humana) datan de 1959 y 1960, pero no se supo nada de esta enfermedad hasta finales de la década de 1970 y durante la de 1980. ¿Cuántas personas fallecieron en los últimos 40 años a causa de esta patología? Incontables. Y aún hoy siguen muriendo, aunque ya hay fármacos que, si no curan esta patología, detienen su proceso.

¿Tendrá el hombre, en 2050, tal y como predicen determinados científicos, un cuerpo sano, como el de cualquier quinceañero de 2019, que le permita vivir 500 o 5.000 años? En la especulación con pronósticos e ilusiones sobre lo reseñado no hay actividad científica, sino más bien pronunciamientos propios de la imaginación, de la fantasía, de la brujería. Las divagaciones, la jactancia y la ausencia de seriedad en estos temas, que incumben a la humanidad no conducen a lograr posibles objetivos, sino que son motivos acrecentadores de incredulidad y desconfianza en un amplísimo sector de la sociedad actual.

Hemos llegado hasta tal punto de prepotencia y soberbia sobre estos asuntos, que un grupo de científicos estadounidenses y australianos hablan ya de “inmortalidad”. La clave de la misma “podrían ser” nuestros genes. Ciertamente, en los EEUU se ha conseguido doblar la edad de un nematodo “silenciando” uno de sus genes involucrado en el envejecimiento.  

Es bien sabido que, al mismo tiempo que envejecemos, los cromosomas de nuestras células se acortan y, en cierto punto, dejan de dividirse, de tal forma que nuestra piel se arruga y nuestros músculos y huesos se debilitan. Sin embargo, una empresa norteamericana ha desarrollado una enzima que revierte el proceso de envejecimiento de las células, reconstruyendo los finales de los cromosomas y restaurándolos.

En cualquier caso, los científicos más conservadores piensan que estas especulaciones son fantasiosas. “Es cierto que vivimos un tiempo enormemente excitante, desde un punto de vista científico, pero tenemos que ser cautos”, afirma Dawn Gleeson, profesor de genética en la Universidad de Melbourne. “Creo que es muy peligroso sugerir que estamos cerca de alcanzar la inmortalidad”.

Digan lo que digan los científicos, el ser humano quiere vivir, pero con calidad de vida. Desde el mismo instante que esa calidad se pierde de forma atroz e irrecuperable, la vida deja de ser vida, aunque nos mantengamos vivos natural o artificialmente.

 

 

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