He compartido con Manuel Alcántara el inmenso placer de ejercitar la juglaría por numerosos pueblos de Andalucía y degustar un poquito de ginebra como líquido refrescante. Tengo la satisfacción de verlo sentado a mi “vera” presentando mi discreta antología “Donde el viento silba nácar”, y he comprobado su inmenso amor a la poesía de verdad: a la musical.
De sus columnas periodísticas nada que decir, pues todo esta escrito sobre ellas y todos los premios que se le han concedido así lo avalan; treinta mil artículos así lo testifican; pero en todos ellos hay, al menos, un giro poético que testifican el alma poética que poseía Manuel.
Disfrutaba, disfrutábamos de lo lindo, ejerciendo de juglares y él emboba al púbico con esa faceta poética que el público que llenaba las salas desconocía pues era más conocedor, al público me refiero, de sus columnas.
A Manuel le debo haberme hecho partícipe de su amistad sin fisuras, discreta, amable y el saber escucharlo porque impartía ciencia sin pretenderlo; pero algo que no olvidaré jamás fue ese par de visitas que realizó a la pequeña cafetería-bar “El Gran Vía” donde compartió copa, cigalas y conversación con un grupo de mis amigos.
Espérame que volveremos a ser juglares.
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