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Mujer eximia


Eximia era Alba. Su belleza. Su simpatía. Su sencillez y humildad. Y, cuando se hablaba un rato con ella, se percibía su inteligencia. Por su belleza la llamaban diosa. Por su simpatía, casquivana. Por su sencillez y humildad, “solapona”. Y no sabían calificarla por su inteligencia.

Anunció entre sus amistades que leería la tesis doctoral el segundo martes de mayo, a las once de la mañana. No podían creerla. “¿Cuándo ha hecho esta mujer una carrera universitaria, unos cursos de doctorado, un trabajo tan exigente en tiempo, dedicación y recursos como una tesis doctoral?”, se preguntaban.

Cuando mostró el sobresaliente cum laude, dijeron algunos, guiñando maliciosamente: "Su belleza y su labia abre todas las puertas".

¿Es que nadie creyó en su capacidad de trabajo, en su inteligencia?

El profesor Aguado Fernández quiso invitarla a un aperitivo. No podía disimular que se sentía fascinado por ella. Alba declinó la invitación alegando que se encontraba afectada de un intenso catarro. Él respondió con un mugido, tomando la negativa como un rechazo a su excelsa persona: "Te acordarás de esto, Alba Morales. Eres una engreída vanidosa, que te crees mejor que nadie".

Cuando ella curó su catarro, llamó al profesor por teléfono para aceptar su invitación. Pero el profesor Aguado se encontraba en un Congreso sobre la Igualdad de Géneros, donde presentaba una expectante ponencia.

 

 

 

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