Han pasado nueve días y Julen sigue en las entrañas de la tierra.
La sociedad se ha movilizado para su rescate que siempre parece que va a llegar y siempre surge un nuevo elemento que distorsiona el avance hacia su liberación.
Acostumbrados ya al nuevo obstáculo que emerge a diario, vamos perdiendo toda esperanza de encontrar al chavalín de los dos años con vida. La madre tierra parece querer abrazarlo para siempre.
Es primera noticia en todos los telediarios y ha desplazado a la política a un segundo plano, aunque lógicamente nada es óbice para que todos nosotros sigamos con nuestra rutinaria vida que aburre y nos aburre.
Si existe Dios, este ha cometido una auténtica blasfemia con la blanca inocencia hecha carne o, tal vez, fue el pocero o el dueño del maldito terreno que encargó ilegalmente el pozo o el sujeto que lo construyó.
Para no encogerme de hombros y tener presente el destino de Julen, al tercer día de su desaparición encendí una lamparilla de aceite, margarita, y la coloqué a la derecha del ordenador donde escribo esta plegaria de esperanza.
Hasta tres veces he tenido que reponer el aceite para que la pequeña tea eleve su luz a la oscuridad del cerro del pueblo de Totalán.
Ya no volveré a prender la llama de la ilusión; es seguro que voy camino de perder la esperanza.
¡Oh Julen! Pequeño niño.
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