Existen fronteras enormes y fronteras enormemente pequeñas.
Las primeras, consensuadas por los hombres del poder, seccionan al mundo en porciones (naciones) que facilitan la separación universal, ayudan a fomentar el racismo y consiguen la creación de diferentes sociedades.
Las fronteras “enormemente pequeñas” persiguen el aislamiento, consolidan el derecho de propiedad e impiden el deber de acoger al “otro”.
Me ocupan las primeras y me preocupan las segundas.
Siempre, siempre hay una puerta. Nadie entra. Nadie sale. A ideales y sentimientos siempre se superponen puertas.
No existen lugares de encuentros en libertad. Intermitentemente es necesario abrir o cerrar una puerta, echar un candado, construir una valla. Todo es puerta y cárcel. No existe libertad. Se cierran mis labios al no poder dar el grito que nace en mi ser. Mis labios son puertas.
El “religioso o político” pide que se abran las “puertas” del alma. En su estructura sectaria conciben un “espíritu” cerrado e incapaz de percibir la maravilla que dimana de la vida: la solidaridad. Los hay que sermonean sobre las “puertas” del cielo. En sus mentes de custodia construyen paraísos de cierres y argollas (leyes) en el que solo tienen cabida los encarrilados a través de normas.
El hombre es un gran creador de puertas, rejas, cerrojos, goznes y candados. De vez en cuando se rompe alguna puerta, y un soplo de esperanza y libertad parece penetrar la niebla de quienes seguimos encerrados.
Algún día seré arrasador de puertas.
Normas de uso