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El Copo. La mantita


Cuando se sienta uno frente a la tele o echa el tiempo escribiendo minucias como la presente y se está ya en plena senectud, disfruta de lo lindo -si es que sabe disfrutar- arropándose con la mimosa mantita que calienta nuestras extremidades inferiores al tiempo que las manos las introducimos en ese pequeño horno que las dota de un dulce y suave calor que nada tiene que ver con los grados del aire acondicionado.

         Si nos diéramos cuenta de los sencillos milagros que dan calor a nuestra existencia nos sentiríamos bienaventurados y por ende lo serían aquellos que nos rodean dentro de nuestras cuatro paredes rebosantes, a veces, de objetos que no usamos y que adornan, como si fuese una tienda, lo que debería ser un horno ardiente de amor.

         Sin embargo, se nos escapa disfrutar de aquello que tenemos a mano y buscamos la felicidad en la exaltación del egoísmo y de creernos seres que nos merecemos el reconocimiento externo de los demás. Nos complicamos la vida -un servidor el primero- en intentar elevarnos un par de centímetros sobre los demás y perdemos la oportunidad de ser nosotros mismos; la apariencia nos “mata”.

         Nos envolvemos en parafernalias de estimar que el mundo debe girar alrededor de nosotros y olvidamos -porque nos interesa hacerlo- que somos seres que olvidamos el calor de la mantita y buscamos el infierno de la vanidad.

         Hoy es día de mantita; sepamos obtener de ella el calor de lo sencillo.

 

www.josegarciaperez.es

 

 

 

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