Tras entretenerme un par de horas viendo desfilar a una buena muestra del ejército de España con motivo del día que ha tenido más apellidos y celebraciones diversas que ningún otro me he propuesto salir del ostracismo en que me desenvuelvo para volver a caminar, otra cosa es que lo consiga.
Es por ello que deseo recordar y trasladar a ustedes una anécdota de los años 50 del pasado siglo cuando ejercía de Maestro Nacional y se hacía realidad el dicho -y hecho- de “que pasas más hambre que un “maestro escuela”.
Cobraba mensualmente, un servidor de ustedes, la cantidad de 730 pesetas, menos de cinco euros. Dormía en un cuartillo del Grupo Escolar “Calvo Sotelo” y pagaba 25 pesetas diarias a la portera del “cole” -la santa Matilde- por desayunar, comer y cenar los mismos alimentos que su familia.
Me ganaba el sustento necesario dando clases particulares a aquellos chavales que estudiaban por “libre” porque no existían institutos en la mayoría de los pueblos de aquella maltrecha España de la postguerra civil que no terminamos de superar; así nos va. A pesar de ello, los maestros y maestras éramos considerados “autoridades, es que me parto.
Cuando llegaba el 12 de octubre, día de la Guardia Civil, el “comandante” -que podía ser cabo- celebraba la festividad de la patrona dando un sencillo ágape a un número escaso de personas entre los que nos encontrábamos los maestros.
El “comandante”-todo un señor- sabía, porque él también lo sufría, de la escasez de perraje que padecíamos por lo que preparaba a los enclenques maestros una bolsita con unas tripas de salchichón y chorizo que, para nosotros, eran como auténticas cigalas y gambas.
¡Viva la Guardia Civil!, a pesar de todo.
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