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Cuando llegue septiembre


Justamente  hace diez años, escribía este artículo.

“¡Qué mayor soy! Aún resuena en mis oídos aquella canción que abrigaba a una mediocre película americana de 1961: Cuando llegue Septiembre… todo será maravilloso, esto cantábamos con nuestro italiano macarrónico (inspirado por Renato Carosone) mi amigo Valentín y yo en nuestras fugaces y fracasadas apariciones musicales. Pero ahora parece un mes maldito. Posteriormente, llegó a nuestras pantallas Septiembre negro, una película del 2004. Septiembre ha sido un mes “calino” en los últimos años. Munich, Torres Gemelas, Afganistán, etc., lo avalan.

      Efectivamente, los psicólogos y psiquiatras se han empeñado en psico-fastidiarnos la vuelta de las vacaciones. El comienzo del curso escolar, las tormentas septembrinas, la vuelta a la actividad de los políticos… todo parece indicar el fin del mundo. (Por cierto, la psicología-psiquiatría, son los únicos trabajos en que el cliente nunca lleva la razón.)  Menos mal que nuestro Presidente del Gobierno insiste en que todo va mejor que nunca, y que nuestra economía crece en doble proporción que la de países tan importantes como Taurú, Mongolia Exterior o Trinidad y Tobago. Menudo respiro. Y yo con estos pelos.

     La realidad es otra. Yo le llamo la época de las promesas: este año voy a estudiar desde el principio; me voy a quitar las cervecitas y las siestas; me voy a apuntar al gimnasio; voy a trabajar duro a ver si me ascienden… Tenemos ilusiones y nos van a durar hasta el puente del Pilar, el de los Santos… Pero en Diciembre nos vamos a hinchar. ¡El Acueducto de Santa Constitución!

     Ya no tengo que ir a Salud Mental. Me las apañaré con los fines de semana y lo que encarte. Que buena noticia. Las semanas tienen sábado y domingo… y viernes por la tarde… y asuntos propios… y bajas por enfermedad… y la Biblia en pasta.

    Y a que viene todo esto, reflexiono. Si yo estoy jubilado. Sí, lo estoy. Jubilación viene de júbilo. ¡Pero si trabajo más que antes! Y la maldita tesis. Me voy a pedir hora al Teléfono de  la Esperanza.  No tengo más remedio que adherirme a la frase de Woody Allen: No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo.

      Definitivamente, este año tengo que bajar el ritmo. Tengo que tomarme las cosas con tranquilidad. Voy a comenzar por creerme a pies juntillas todo lo que dicen los gobernantes. Aunque hace años que sigo la filosofía de Alexander Pope. Bienaventurado el que nada espera, porque nunca sufrirá desengaño, decía. Lo que me encuentre… siempre es de regalo. Ya ha llegado Septiembre. Ha amanecido, hace sol, respiramos. Queremos y nos quieren. La buena noticia: Septiembre es estupendo. Y eso que un loco hace años aterrorizó calle Larios. Pero aún no era septiembre. Este mes cambia todo, para seguir lo mismo. El mes de las uvas y la vendimia; del otoño y la vuelta a la realidad. En Septiembre, si queremos, todo será maravillosos”.

   Un poco largo, pero premonitorio. Seguimos sin buenas noticias que echarnos al coleto. Los catalanes nos las tienen tiesas, las pateras desembarcan continuamente. Terminé mi tesis, la presenté y ahí está.

     Perdón, una buena noticia: al hijo de mis vecinos de abajo le han operado y, gracias a Dios, ha salido muy bien. Esto vale más que todo el lío que hay formado por ahí.

 

 

 

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