Con el maestro Manuel Alcántara he tenido la gran oportunidad de acompañarlo en unos quince o veinte recitales de poesía por estos campos de Andalucía. Manuel escribe como habla, quiero decir que escucharlo es gozar un rato largo del milagro de aprender alguna que otra cosilla, todas de interés, esencialmente cuando esgrime como nadie la ironía, esa “burla fina y disimulada de un hecho”.
Empezábamos el recital almorzando, tomando un gin-tonic en condiciones y sin limón en Málaga; manteníamos una sobremesa de las que ya no se llevan, o sea, sin prisa alguna y gozando de la no interrupción del “pelota” de turno; una vez “puestos en forma” viajábamos en el viejo Toledo al lugar elegido para soltar nuestros poemas siempre intentando no dar demasiada tabarra al público que esperaba al Maestro, pues yo venía a ser una especie de mascota.
Algeciras fue una de las villas elegidas para intentar sembrar algo de poesía; nos acompañó Paloma Fernández Gomá, una poeta del lugar. Gustaba Manuel de llegar con el tiempo necesario para sorber, un servidor le acompañaba, con tranquilidad y deleite otro gin-tonic y seguir hablando de lo divino y humano, bastante más de lo último que, por cierto, él convertía en sagrado.
Localizado el lugar donde se realizaría el recital, muy cercano al muelle; buscamos un bar donde deleitarnos con la incolora e inodora mezcla de tónica y ginebra. Visitamos tres o cuatro cafeterías y en todas ellas repetían la misma martingala, a saber: “perdonen, pero aquí no vendemos alcohol”.
Dado que nos estábamos separando en demasía del edificio destinado a acogernos para lanzar nuestros versos, detuvimos el paso, entramos en el quinto local y pedimos dos tónicas a secas; quedaría una cuarta parte del líquido cuando el Maestro acercó su boca a mis oídos y susurró: “Pepe, la próxima Reconquista la iniciamos desde Algeciras”.
De esto hará diez años, ya ven hoy.
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