El detalle es que un servidor de ustedes no se encontraba mal del todo y de repente, con un maldito golpe de calor sobrevenido a traición, me vine abajo y aquí estoy de nuevo no ya dispuesto a cambiar al mundo sino a que este, el mundo, no me cambie a mí. Así que exceptuando que el próximo día 10 iré a Almayate a comer los primeros y últimos espetos de sardinas de este verano, prometo no despegarme de mi hogar más de veinte metros y rechazar cualquier invitación hacia lo desconocido porque “en llegando” agosto cualquier aventurilla de más puede convertirse en un infierno de enormes consecuencias. He dicho y rubrico.
Y es que poniendo de costado un “Taurus tropicano” o un normalete aire acondicionado, todo ello acompañado de unas fresquísimas cervezas especiales que fabrica un excelente camarero del restaurante “Papulinos”, sito frente a mi terraza, y una larga cambiada al Gran Vía, justo frente a “Papulinos”, lugares ambos que forman parte de mi territorio habitual, más el Corte Inglés, en la misma acera que Papulinos, al que puedo, porque puedo, hacer una excursión de vez en cuando para manducar y/o comprar lo que desee, me sobra toda el conglomerado de medusas, arenas y suecas que conforman el litoral.
Que por tener cierta edad debo conformar mi espíritu al contacto de cuatro o cinco amigos jóvenes que cuiden y me mimen como manda Dios, a saber: honrando a los mayores, y es por ello que me pongo en sus manos cuando aterrizo en el Gran Vía para tomar un par de güisquis; eso sí que es amistad.
Y después escribiré de Casado, Torra Quim, Franco -yo también tengo derecho tratar sobre Franco-, el Valle de los Caídos, Felipe VI y Blas Infante.
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