Creo, Señor, que no deben existir señores; ni siquiera, tú.
Creo que todos debemos ser algo más que hermanos, pues estos nada más se ven por Navidad; por ello, haciendo honor a tu palabra, debemos llegar a ser amigos.
Creo que la Tierra se creó desde el amor infinito de su propia esencia, y también creo que se está destruyendo, que estamos como perdidos en ella y, por ello, nos hace falta girar y mirar a Belén de vez en cuando.
Creo que él no es tu único hijo.
Creo en el misterio del espíritu con mayúsculas.
Creo que ese “espíritu” nos anima a ser nosotros mismos, y que somos nosotros lo que huimos una y otra vez de ser.
Creo que el Espíritu no procede de Ti y del Hijo, presiento que está instalado a la izquierda del corazón del hombre, y desde ese rincón bombea hálito a nuestra existencia.
Creo que el Espíritu es la Vida, y cuando ésta falta, nos hace como cosas, objetos que van de acá para allá, duermen y comen, cobran y gastan.
No creo en la Iglesia instituida por los hombres que dejaron de ser hombres y se escandalizan por los impulsos que el Espíritu envía al corazón del hombre.
Creo en la pequeña comunidad que creó el judío nacido en Belén, y después los hombres prostituyeron.
Creo que el tal Jesús murió asesinado por los hombres religiosos y políticos de su tiempo.
Me encantaría creer en la resurrección de los muertos, pero apuesto más fuertemente por la resurrección de los vivos que están muertos e instalados en su propia seguridad.
Y quiero creer que cuando los “hombres-dormidos” despierten a Jesús habrá un bello mundo de tolerancia, justicia y libertad.
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