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La buena noticia. Cayetano


         En Málaga tenemos canarios enjaulados que nos alegran con sus trinos; en La Orotava tienen a un malagueño, casi-enjaulado por la nostalgia. Se trata de mi viejo amigo Cayetano. Uno de los chaveas que conocí en aquel patio de los jesuitas de calle Pozos Dulces en el que jugábamos al futbol como si del Nou Camp se tratase.

      Cayetano intentó volar en el mundo de la restauración en aquel chiringuito en  los montes llamado pomposamente: “Don Pollo”. Allí celebré mi despedida de soltero (con cierto recato, no como las animaladas de ahora). Y allí se dejó sus cuartos y parte de sus ilusiones mi amigo Cayetano.

     Se fue lejos, aunque siempre ha estado cerca. Un día apareció en la comida de los primeros viernes que celebramos aquellos “niños” de los Estanislaos, con la apariencia de un indiano recién llegado de las Américas; pelo blanco y recio, bigote a juego, sombrero de palma y un mazo de puros en la mano que repartía de forma pródiga.

     En unos días volveremos a disfrutar de su presencia. En el merendero de la playa de La Marina, en la Torre de Benagalbón, donde hay puros con su vitola, y en la comida que celebraremos en su honor, aunque no sea primer viernes. Cayetano lee con fruición cuanto escribo por y para Málaga. Nunca me falta su comentario excesivamente elogioso para mis merecimientos. Nunca olvido a su padre (bancario en “el Monte”), a sus hermanos y a su hermana que me sorprendió un día al verla de monja en un convento.

    Cayetano Mejías Farrugia; un buen tipo que se merece ocupar hoy mi buena noticia por estar y por ser. Por estar siempre con nosotros, aun en la distancia y por ser amigo y buena gente.

 

 

 

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