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Jóvenes


Yo creo en la juventud. En esa juventud llena de buenos propósitos, que sabe lo que quiere, pero que se haya ralentizada, impotente, en su travesía por los mares de la realización personal, porque la entretienen y la engañan, y a veces es olvidada, y a veces es azotada por las nevadas copiosas de la indiferencia de los que ya se alejaron de su influjo primaveral, de su luz, de su canto, de sus ansias de vida nueva.

La juventud, etapa clave en la vida de cualquier ser humano, camina en libertad, amenazada por el desempleo y otras alimañas, hacia el mediodía de su existencia. Un innúmero de chicos y chicas que ya inició, no hace mucho tiempo, su andadura por la vida, embriagado de anhelos, de esperanzas y, más aún, de pesimismo.

En estos jóvenes de hoy yo creo, a pesar de que los adultos poco o nada hagamos para ellos, decimos lo contrario, y menos todavía contemos con ellos, también manifestamos lo opuesto. Yo aguardo, sin detenerme, y deseo día a día percibir un presente, el mañana es de ellos y no de nosotros, de paz, de amor, de honradez y de graneros repletos y compartidos. Y digo “sin detenerme”, porque quien demora su caminar para intentar avistar el futuro, de alguna forma está perdiendo su presente, y yo no quiero extraviarlo. Este presente fue mi futuro y el de tantos y tantos jóvenes de mi generación. Una vida actual que, sin duda alguna, es mucho mejor que la pasada. Un presente del que, como hombre del pueblo y responsable que soy del mismo, todos los adultos lo somos, me avergüenzo, ya que hay, en él, una infinitud de hechos negativos, execrables.

Únicamente, trabajando y luchando todos a una, porque quien camina y combate solo se idiotiza y perece solo, podremos ir forjando día a día un presente con calidad de frutos y de semillas, aunque ciertos políticos e intelectuales de prestigio no actúen de este modo. Solo de esta forma nutriremos y enriqueceremos la vida para que el mañana surja con esplendor y prosperidad. No, no creo que los adultos de hoy hayamos conseguido un lugar y unas cosechas de las que nuestros jóvenes y nosotros mismos nos sintamos satisfechos. Yo no me resigno ni me doblego ante los actos y actitudes y situaciones, tan incongruentes como paralizantes, del presente. El conformismo es una forma de morir lentamente. Ya Honoré de Balzac nos lo advirtió: “La resignación es un suicidio cotidiano”. Y yo estoy a años luz de esta posición acomodaticia.

La juventud, riqueza temporal del hombre, posee en su savia de primavera la energía, la fecundidad y la transparencia capaces de crear caminos, esperanzas y metas nunca conocidas, que han de vitalizar y frutecer cada latido del mundo, cada paso, aún por dar, de la vida. Esto ha sido y es motivo de preocupación para muchos adultos, aunque no lo manifiesten. Por ello, tapian sus oídos, su mirada y hasta su sangre y sentimientos, creando barreras difícilmente de salvar por los nuevos e intrépidos corredores.

La inmensa mayoría de nuestros jóvenes sabe que es más fácil vivir con la sonrisa en los labios que con la espada en la mano. Ella es la que sabe vivir su riqueza. Pero a veces la actitud de los que ya perdieron su juventud, y deambulan por las órbitas del egoísmo, la avaricia y el engaño, hiela esa sonrisa con las armas de la incomprensión e insolidaridad. Estos individuos no quieren entender que cada generación necesita un credo nuevo, un credo no impuesto por la sociedad adulta, sino elaborado por los jóvenes, según sus convicciones, deseos, aspiraciones… “Cada edad tiene, dice Nicolas Boileau, sus placeres, su razón y sus costumbres”. Las tenemos los adultos y las tienen también nuestros jóvenes. Por consiguiente, no es justo que intentemos dirigirlos hacia los mismos campos, por donde ayer nosotros caminábamos bajo el aliento del infortunio o de la ventura, según cada uno y sus circunstancias, pero siempre desde el verdor alegre e innato de los años juveniles. Tengamos, pues, siempre presente que el mismo respeto y tolerancia que exigimos que ellos, los jóvenes, tengan con nosotros hemos de sentir, en nuestros adentros, y practicar cada día con ellos. Si esta reciprocidad se diera mayoritariamente…, ¡qué distinta sería la vida en el mundo!  

 

 

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