En aquellos años, las calles no estaban asfaltadas, salvo la que coincidía con la carretera nacional, que atravesaba todo el pueblo. En la calle La Laguna, a la mitad, más o menos, al inicio de la cuesta, existía un rodal de greda que, cuando llovía, quedaba reblandecida y los niños la aprovechaban para jugar al jincote y hacer figuritas de barro: animales, flores, muñecos, incluso soldados para formar pequeños ejércitos que, cuando se secaban al sol, llevaban a la guerra que, siempre jugando, organizaban.
En los tiempos actuales existe la plastilina, con la que los escolares moldean sus pequeñas esculturas. En el pueblo no se encontraba este producto en los años cincuenta del siglo veinte, pese a que fue inventada en el año 1880 por el dueño de una farmacia de Múnich. La dio a conocer siete años después con intención de comercializar su invento. Al pueblo, sin embargo, llegaría en décadas muy posteriores.
Cuando el rodal de greda se secaba, pasaba la moda de moldear figuras y se guardaban las finas barras de hierro que daban nombre al juego del jincote. Hasta las siguientes lluvias.
Menos los niños en sus juegos, los vecinos evitaban pasar por la zona gredosa, por temor a resbalar. Una mañana de marzo, apoyado en su báculo, caminaba Diego Porras, ya de avanzada edad. Su paso descuidado había olvidado el peligro y, al cruzar sobre el gredal, todavía húmedo, resbaló con tan mala suerte que en la caída se rompió una pierna. Acudieron los vecinos a socorrerlo y lo llevaron al médico, que le entablilló la extremidad y le mandó reposo.
Como nada mejor tenía que hacer, se entretenía en la elaboración de soga de esparto. Por medio de su nieto Adolfo, extendió una invitación para que los niños le proporcionaran la materia prima para el trenzado. Iban al monte próximo a cortarlo. A cambio les contaba historias y les cantaba canciones inventadas por él:
No cruces tú por la greda
que te puedes resbalar
y, al resbalón, una pierna
inútil se quedará.
A lo menos, por un tiempo
más largo que día sin pan.
Te lo digo con ejemplo
de clara inmovilidad,
que en la casa con reposo
me tienes sin más ni más.
No cruces tú por la greda
que te puedes resbalar.
Pasado el tiempo de la prescripción médica, Diego reanudó sus caminatas apoyado en el bastón y evitando el lugar de su caída. Los niños continuaron jugando en el rodal de greda, aunque aprendieron la canción que ha llegado hasta nuestro tiempo, cuando ya la calle está asfaltada y llena de coches aparcados, alternativamente, junto a la acera izquierda o junto a la derecha, según el mes.
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