Parafraseando al insigne poeta León Felipe -poco amigo de generaciones y grupúsculos- se cuenta que un hombre de campo iba caminando cuando vio en el suelo algo pequeño que palpitaba, lo tomó entre sus manos y lo introdujo en uno de sus bolsillos, prosiguió su camino y el objeto seguía palpitando así que lo metió en un zurrón, aligeró el paso porque aquel ser extraño crecía y encontró una rústica vivienda en la que detuvo su paso.
Ya en el interior, extrajo el objeto-sujeto que, poco a poco, iba creciendo de tamaño por lo que optó por guardarlo en una especie de cajita de madera que a modo de antiguo sagrario se encontraba sobre una mesa. No pudo conciliar un breve descanso porque la caja citada se movía, abrió la misma y acarició el hallazgo al tiempo que le pareció escuchar “soy la verdad”; no sabiendo qué hacer con aquel ser vivo se lo tragó y el hombre estalló en mil pedazos y la verdad inundó el mundo porque ella, la verdad, no se creó para ser guardada y reverenciada sino para ser vivida.
Pero claro es que la verdad nos hará libres o no lo será; no dudo que Cristina Cifuentes ha mentido sobre su inútil máster, lo que no me atrevo a asegurar es si seguirá ostentando su cargo de Presidenta de la Comunidad de Madrid o si morderá el polvo de la mentira a través de una moción de censura víctima de su propia estupidez, que no otra cosa es la vanidad.
En ello se juegan el prestigio periodístico, ojo al dato, tres medios de comunicación y media docena de tozudos profesionales “neutrales” en cuestiones políticas que son famosos por su labor y pesadez.
Da pena verte Cristina Cifuentes tanto si mientes como si no. Lo mejor, irte a casa a verlas venir y dejarlas pasar.
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